La reposición del gran clásico que es La Bayadera es todo un reto, más todavía cuando se trata de una compañía joven que no cuenta con el respaldo de una tradición consolidada. El éxito de su estreno -el 4 de febrero de 1877 en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo- y su hegemonía dentro de los ballets à Grand Spectacle creados por Marius Petipa, supone un reclamo persistente para cualquier amante del ballet clásico.
El culto al idealismo oriental, tamizado por la visión que de él aporta Occidente, ha sido una práctica recurrente en el contexto europeo del siglo XIX. La literatura, la música y la escena romántica recurren a la imagen exótica de la India en la mistificación artística de las obras. De forma que si tomamos las palabras de Edward Said en Orientalismo, la idea de Oriente que se construye en La Bayadera “es menos un lugar que un topos, un conjunto de referencias, un cúmulo de características que parecen tener su origen en una cita, en el fragmento de un texto, en un párrafo de la obra de otro autor que ha escrito sobre el tema, en algún aspecto de una imagen previa o en una amalgama de todo esto”. En este caso, el argumento surge de la adaptación de los versos en sánscrito del poeta hindú Kalidasa: Sakuntala y La carrera de arcilla, en forma de libreto. El ballet narra el amor trágico entre la bayadera Nikiya y Solor, el guerrero que la traiciona por comprometerse con Gamzatti −la hija del Rajá−, quien es además responsable del destino dramático de Nikiya.
La figura de la bayadera -del portugués baylhadiera o bailadeira-, es una recreación occidental de las bailarinas hindúes: las devadasis, quienes amenizaban con sus danzas las ceremonias festivas de la corte. Théophile Gautier describe el aura de estas bailarinas que danzan en el templo, cercanas a la deidad, como un ser de existencia mística: “The very word bayadère evoked notions of sunshine, perfume and beauty. Imaginations are stirred and dreams take shape of latticed pagodas and monstrous idols”. Junna Ige, quien interpretó el personaje de Nikiya en la función del 24 de junio, consiguió asumir esta apariencia sagrada e hipnótica que requería el papel. La rigidez expresiva de la primera escena del primer acto, pronto vio franqueada su barrera en forma de pasión y dolor vehemente. La bailarina logró en la narración de su dramático discurso representar esa imagen idílica de la bayadera, hasta su máxima eclosión en el momento de su muerte y en la ensoñación del Reino de las Sombras.