El director huésped Ludwig Carrasco (en sustitución a Georg Mark) dirigió la OFUNAM en un programa íntegramente del siglo XIX con música de los dos extremos del periodo romántico.
La obertura que Franz Schubert escribió, a los 26 años, para la obra de Helmina von Chézy, Rosamunda, princesa de Chipre, es breve y ligera. Con claras marcas del período clásico, la pieza también mira hacia adelante, mostrando el estilo único y característico de Schubert. Carrasco dirigió a la orquesta con facilidad, y la música fluyó y refluyó hasta la triunfal cadencia final.
La Cuarta sinfonía de Bruckner, subtitulada "Romántica" (por el periodo artístico), es probablemente su sinfonía más popular y conocida, y a pesar de varias críticas negativas en su estreno en 1881 (el crítico alemán Max Kalbeck escribió "Bruckner no respeta ni reconoce el mandamiento de guardar silencio en el momento oportuno"), ha resistido el paso del tiempo y sigue programándose con frecuencia en la actualidad.
Basado en un ritmo apuntillado característicamente bruckneriano y en el aún más famoso "ritmo Bruckner" (un-dos/un-dos-tres), el primer movimiento consiguió representar la "imagen romántica" de la ciudad medieval sobre la que Bruckner escribió en sus notas al programa de la sinfonía. Aunque en general bastante equilibrada, en ocasiones los cornos franceses quedaron ahogados por el resto de la textura orquestal, sobre todo en el clímax del desarrollo, donde tocan el "ritmo Bruckner" invertido. Carrasco entendió claramente los largos crescendi y ostinati ondulantes tan típicos de Bruckner: los metales rugientes que pudieron haber ofendido a Kalbeck acá tocaron con tremendo fervor, resonando atronadoramente por toda la sala. Cuando el tema principal del movimiento emergió finalmente de las aguas inestables de la coda, se percibió una palpable sensación de satisfacción, como si la lucha por alcanzar la estabilidad tras veinte minutos de tormento hubiera merecido la pena.
El Adagio contrasta fuertemente con el tumultuoso primer movimiento, presentando extensos pasajes pizzicati, melodías arrebatadoras en las violas y, una vez más, largos crescendos. Se prestó gran atención al control dinámica, y los momentos pianissimo se sintieron realmente así. Las maderas brillaron especialmente en este movimiento, evocando la visión de Bruckner de "una canción, una oración, una serenata". El Scherzo, siempre el movimiento más fácil de seguir de cualquier sinfonía de Bruckner, irrumpió con vigor y alegría. El ritmo staccato que marca la "llamada de caza" del movimiento (tocado primero por los trombones) se precipitó un poco, pero no se perdió la energía del movimiento. Los problemas ocasionales de mezcla del primer movimiento volvieron a aparecer aquí: los ritmos que deben entrelazarse entre sí no siempre lograron el efecto deseado, ya que el balance orquestal no siempre estaba en equilibrio. Pero el ethos general del Scherzo no se perdió: el trío evocó fielmente una escena pastoral rústica, y las vigorosas melodías evocaron la escena de caza sobre la que escribió Bruckner.

El final de la Cuarta sinfonía, como la mayoría de los finales de Bruckner, es a la vez largo y complicado, en la medida en que incorpora material temático de los movimientos anteriores, resolviendo conflictos tonales generados para terminar eficazmente la sinfonía. La misteriosa progresión armónica del principio avanzó gradualmente en un crescendo de casi cincuenta compases hasta una enfática declaración fortissimo tutti del tema principal del movimiento. Aunque el equilibrio orquestal y el control dinámico fueron excelentes aquí, la marca de articulación marcato de la partitura no pareció seguirse, y la figura del tresillo se tocó más legato de lo esperado. Pero en ningún momento se perdió el ímpetu general del movimiento, y la interpretación de los trombones fue la mejor de toda la sinfonía. La coda, otro momento armónicamente misterioso en el que las tonalidades más distantes convergen para finalmente irrumpir en la tonalidad inicial de mi bemol mayor, sufrió algunos desajustes rítmicos (los tresillos de las cuerdas a veces se ralentizaron en un ritmo de dosillo), pero en general consiguió el efecto deseado, proporcionando un final emocionante a la velada.