Dos obras tardías de Bruckner marcaron la programación del concierto de la Orquesta Sinfónica del Estado de México con Rodrigo Macías en la dirección. Contaron además con el Coro Gradus ad Parnassum para una velada
El Te Deum, escrita en 1884 y dedicada a Dios (Ad maiorem Dei gloriam) es una obra breve pero poderosa, escrita para orquesta, coro, solistas, y órgano. El coro se situó en el escenario, de pie detrás de los violines (en lugar de en los asientos de detrás del escenario), quizá el tamaño del conjunto (diez hombres, once mujeres) explique esto. El jubiloso primer movimiento sonó algo 'pequeño' con el coro de tamaño reducido, pero la orquesta interpretó fielmente los ostinati característicos de Bruckner con coherencia. La ausencia de pausas entre los movimientos dificultó seguir la trayectoria de la música, pero los sobretítulos traducidos al español del latín fueron de gran ayuda. Todos los solistas cantaron de forma competente, aunque a veces el excesivo vibrato dificultó la comprensión de las palabras.
Tras un breve descanso, Macías volvió para dirigir la Sexta sinfonía de Bruckner, escrita en 1881. Esta sinfonía, a direrencia de las restantes, no fue revisada tras su finalización, eliminando el habitual dilema de tener que elegir entre diferentes versiones existentes. El primer movimiento, Majestoso, fue ejecutado con una precisión rítmica y dinámica admirable, con un clímax especialmente satisfactorio en la sección de desarrollo. Un momento destacado fue la coda, un pasaje descrito por Donald Tovey como "Uno de los pasajes más grandiosos que Bruckner jamás escribió… pasando de una tonalidad a otra bajo una superficie tumultuosa que brilla como los mares homéricos". Con tempi, dinámicas, y articulaciones adecuadas para acentuar los cambios armónicos de la música, el movimiento se cerró con una apasionada cadencia plagal.
El Adagio se tocó con una llaneza apropiada, que contrastaba fuertemente con el vigoroso primer movimiento. La sensación de intimidad se vio quizás reforzada por la concentración del público exclusivamente en el piso inferior, el más cercano a la orquesta: los pasajes pianissimo más suaves apenas se eschuchaban, pero de gran efecto. El movimiento se cerró con serena tranquilidad, siguiendo efectivamente las indicaciones de Bruckner para las cuerdas de gezogen (estirado) sin vibrato.
El Scherzo —como es habitual en las sinfonías de Bruckner— es el más predecible formalmente (ABA) y frívolo de los movimientos de la sinfonía, proporcionando un respiro del peso de los movimientos precedentes. Los nítidos ritmos de tresillos de las distintas secciones de la orquesta se entrelazan para crear un rico tapiz que avanza hacia el clímax como un tren que está acelerando. Aunque la unidad de articulación en este movimiento fue impresionante, la mezcla orquestal podría haber sido más equilibrada, ya que los pasajes de los cornos franceses a veces se confundían o se perdían en el conjunto del sonido. No obstante, el movimiento terminó con rapidez y fuerza.
El Finale deambula de una apertura frigia a una fanfarria en clave mayor antes de reintroducir finalmente el material temático del primer movimiento en un final ardiente. Como tal, es necesario un cuidadoso control de la dinámica, el tempo, y el fraseo para distinguir la variedad de temas y preparar eficazmente la coda. Macías condujo la música con brío y vigor, a veces con tempi rápidos pero sin perder nunca el control. Los clímax característicos de Bruckner crecían y menguaban mientras los ostinati aparentemente interminables de las cuerdas latían. Con la llegada de la coda, los metales entonaron por fin el tan esperado tema del primer movimiento, ahora libre de cualquier ambigüedad armónica y en un triunfante la mayor: la emocionante peroración fue un cierre apropiado para la sinfonía y para la velada.