Ludwig Carrasco asumió el cargo de director titular y artístico de la Orquesta Sinfónica Nacional de México en enero de 2023. En su segundo concierto con la orquesta, se eligió un variado programa de música de los siglos XIX y XX: Preludio y Muerte de amor de la ópera Tristán e Isolda de Wagner, el Concerto grosso para cuarteto de cuerdas y orquesta de Julián Orbón, y una selección del ballet Romeo y Julieta de Prokofiev.
Tristán e Isolda, estrenada en 1865, fue una ópera que marcó un hito en la historia de la música: el infame "acorde de Tristán" trazó nuevas fronteras en la armonía tonal, y la técnica de los leitmotiv llevó a nuevas cotas. El propio Wagner explicó el preludio a su amiga Mathilde Wesendonck en una carta de 1859: "Es el encanto de abandonar la vida, de no ser más. De la redención postrera en ese maravilloso reino al cual no podemos penetrar a viva fuerza". El preludio está repleto de disonancias no resueltas y de semicadencias preñadas de deseo, un pathos que requiere un fino control de la dinámica, la articulación, el fraseo y la mezcla para transmitirlo adecuadamente. Desafortunadamente, los contrastes dinámicos fueron limitados, los tempi bastante estáticos y sin rubato, y a pesar de las potentes interpretaciones del corno inglés y los timbales, la mezcla orquestal desequilibrada no consiguió que el clímax del preludio fuera tan impactante como se pretende.
El Muerte de amor fue un poco mejor, pero siguió adoleciendo de problemas de mezcla orquestal y tempo. El famoso clímax fue precedido por una inesperada disminución en el tempo y un accelerando posterior, una elección interpretativa que parecía prometedora, pero que falló. El corno inglés, que a lo largo del acto III representa el anhelo y la desolación de Tristán (piénsese en el solo largo al principio del acto), tocó de forma convincente, pero la llamativa ausencia del corno inglés en el acorde final apenas fue conspicuo debido a que las maderas sobresalieron de la textura y las flautas cortaron tras el resto de la orquesta.
El Concerto grosso para cuarteto de cuerdas y orquesta, de Julián Orbón, de 1958, es una jubilosa obra tonal, muy alejada del serialismo vanguardista de los contemporáneos de Orbón. El Cuarteto Latinoamericano tocó con brillante delicadeza, manteniéndose por encima de la intrincada textura orquestal al tiempo que les igualaba en fraseo y articulación. En los movimientos segundo y tercero hubo mucha interpretación 'camerística' de pequeños grupos de instrumentos que 'pasaban' motivos y temas a otros grupos de instrumentos, y la uniformidad se resaltó muy bien. El glorioso final fue acogido con aplausos, al igual que el bis del Libertango de Astor Piazzola.
Desde la primera selección ("Montescos y Capuletos") de la suite Romeo y Julieta de Prokofiev, estaba claro que la orquesta y el director dominaban esta música: los contrastes dinámicos eran muy eficaces, los trombones atronadores aumentaban la emoción de la disputa familiar representada por esa música, y el saxofón brillaba a través de la textura con un vibrato perfecto. La "Danza" fue un punto culminante, con los percusionistas tocando al unísono con las maderas y las cuerdas exultantes. Los dúos de cámara entre la tuba y la flauta en "Romeo y Julieta antes de la despedida" también fueron ejecutados a la perfección, junto con las notables partes de contrafagot. Aunque la Suite núm. 2 de Romeo y Julieta, op. 64ter contiene siete selecciones del ballet, esta noche se añadió una selección final ("La muerte de Tybalt", la parte final de la Suite núm. 1), dando un cierre triunfal a la noche.
A pesar de algunos deslices en el Preludio y Muerte de amor de Tristán e Isolda, el resto del concierto demostró que Ludwig Carrasco y la Orquesta Sinfónica Nacional de México son una sólida pareja con un alto nivel musical, esperemos que por muchos años.