El programa de la Orquesta Sinfónica Nacional de México incluyó música de tres siglos diferentes: El festín de los enanos del compositor jalisciense José Rolón, el estreno mundial de Animalia, de María Granillo, y la Sinfonía núm. 6, "Patética", de Piotr Ilich Chaikovski. El director titular y artístico Ludwig Carrasco comandó la orquesta con pasión y vigor.
José Rolón estudió con Paul Dukas en Francia, y la influencia de éste es evidente en su obra. El festín de los enanos es un scherzo para gran orquesta, y sus ritmos desenfadados y su carácter frívolo permiten que brille la innovadora orquestación. La OSN interpretó la música de forma ágil y jubilosa: un comienzo animado y jocoso para la velada. Animalia, concierto para clarinete bajo y orquesta, de María Granillo se divide en cuatro movimientos: "Emerge de la profundidad", "Ritual de cortejo", "Seres de viento y agua", y "Exoesqueletos, garras y espinas". Como ella misma explica en las notas al programa, la pieza se inspiró en los animales que habitaban su casa cuando era niña. El clarinetista bajo Fernando Domínguez tocó los "perfiles [rítmicos] casi primitivos" con una técnica impecable. La orquesta le acompañó mostrando la "orquestación muy bien realizada". Domínguez interpretó una impresionante cadenza hacia el final de la pieza, y un final entusiasta provocó efusivos aplausos para la orquesta, Domínguez y Granillo.
Aunque el propio Chaikovski nunca publicó el programa de su última sinfonía, Patética, dio algunas pistas a su prima Anna Petrovna Merkling tras dirigir la sinfonía en San Petersburgo el 28 de octubre de 1893 (apenas una semana y media antes de su muerte): "La primera parte es la infancia y las vagas aspiraciones musicales. La segunda es la juventud y una vida social alegre. La tercera es la lucha de la vida y alcanzar la fama. Y la última es De profundis, que lo termina todo". En consecuencia, hay mucho 'patetismo' en la sinfonía que depende de una interpretación cuidadosa para transmitirse adecuadamente.

El primer movimiento, Adagio se desarrolló con la oscuridad y la tensión adecuadas, pasando de un melancólico si menor a un brillante (aunque nostálgico) re mayor. La famosa transición sorpresa a la sección Allegro vivo fue interpretada en el pianissimo requerido por el clarinete bajo (habitualmente empleado para sustituir al fagot, dada la imposibilidad de que este toque a esa dinámica), pero la fermata de la última nota apenas se mantuvo, haciendo que la transición fuera algo precipitada. El clímax del movimiento se tocó significativamente por debajo de la dinámica indicaca, y como resultado, perdió su carácter climático. No obstante, el efecto que cierra el movimiento fue bien ejecutado.
Los dos movimientos interiores fueron lo más destacado y memorable del concierto. El conservador crítico musical austriaco Eduard Hanslick escribió en 1895 sobre el segundo movimiento que: "el compás de cinco por cuatro...inquieta a oyentes e intérpretes...continuado durante mucho tiempo, se vuelve insoportable". Aunque sí es un compás inusual, es precisamente esta contradicción entre música alegre y sutil inestabilidad rítmica, lo que hace interesante este movimiento, y que la orquesta interpretó a la perfección. Hanslick escribió del tercer movimiento que "tiene completamente el carácter de un final: rugiente, heroico, hinchándose en el transcurso hasta convertirse en una tormenta cada vez más violenta, hasta el máximo despliegue de todos los medios orquestales", un efecto que debería dar la impresión de que es el movimiento final. La percusión fulminante, los metales percusivos y las cuerdas y maderas se unieron en una marcha entusiasta para producir precisamente este efecto, lo que provocó una salva espontánea de aplausos al concluir.
En el final, Carrasco adoptó un tempo ligero y las marchitas suspensiones de los fagotes perdieron parte de su carácter 'patético' debido a lo precipitado de la dirección. Además, la melodía de la cuerda perdió el carácter antifonal, quizá también porque no se dispusieron los violines primeros enfrentados a los segundos, como suele hacerse. Tras el clímax tutti, los tres trombones entonaron solemnemente el descenso de los acordes hacia la coda, logrando perfectamente el pianissimo que requiere Chaikovski. El tempo en la coda también resultó algo apresurado, y el descenso a la nada fue demasiado rápido como para resaltar el marcado efecto de una sinfonía que termina con un movimiento lento, especialmente en contraste con la bombástica fanfarria del cierre del movimiento anterior.
Aunque la interpretación de la Patética de la noche quizás no estuvo a la altura de su nombre, fue un concierto memorable con una colorida variedad de música bajo la dirección de un director claramente versátil.