Una historia de crueldades, venganzas, fe, guerras e intrigas es la que nos ofrece Attila, obra temprana de Giuseppe Verdi, que contiene ya muchos de los elementos que caracterizan a sus obras más conocidas, y en la que no faltan momentos geniales, lucimiento de los cantantes y emociones a flor de piel. En versiones como la ofrecida en esta velada por Ópera de Tenerife (en colaboración con el Teatro Regio de Parma), el disfrute está garantizado.
Creativa y convincente fue la puesta en escena de Andrea de Rosa; personal, pero sin traicionar a la idea original de la ópera. El director de escena desarrolló algunas ideas propias, como la de las mujeres y niños víctimas del guerrero Attila, que aparecían en diferentes momentos de la obra como fantasmas acusadores que apelaban a la conciencia. Por otro lado, fue magnífica la utilización de las luces y de otros efectos que crearon momentos de gran impacto: las tormentas, el amanecer, la presentación del Papa Leone... El vestuario fue rico y variado y los movimientos de los cantantes y otros participantes bien concebidos; de tal forma que la sensación era la de estar en un espectáculo en el que lo visual resaltaba –de manera admirable– aquello que estábamos escuchando.
El estadounidense Christopher Franklin demostró ser un concertador eficaz, con un cuidado extremo de los detalles. Muchas de sus cualidades destacaron en los interludios (especialmente los tormentosos), llenos fuerza expresiva y que nos permitieron sentir las emociones requeridas por Verdi. Pero, sobre todo, Franklin fue un magnífico colaborador de los cantantes: les permitió expresarse con comodidad y les siguió con maestría. La Sinfónica de Tenerife estuvo a muy buen nivel en todos los aspectos, al igual que el Coro de Ópera de Tenerife (dirigido por Carmen Cruz), que superó con holgura el reto de tener un papel muy importante en esta obra.
A un nivel sobresaliente, y prácticamente sin fisuras, estuvieron los cantantes; especialmente los cuatro papeles principales, artistas con una carrera consolidada internacionalmente y que dieron muestras de una calidad extraordinaria, además de una especial adecuación a los roles de esta ópera, tanto en lo vocal como en lo escénico. Todos triunfaron en sus respectivos solos, además de funcionar muy bien en los dúos, tríos y cuartetos. Marko Mimica fue un Attila profundo, variado e impresionante en lo vocal; con cualidades que destacaron especialmente en momentos como el aria "Mentre gonfiarsi l’anima", en la que el bajo-barítono pudo desplegar todos sus recursos técnicos e interpretativos.
Fue una gran velada de ópera, que nos hizo disfrutar muchísimo de esta obra del genial compositor italiano.