El ciclo “Historias de amor” de Casa da Musica alcanzó uno de sus puntos culminantes con una esperada velada en la que se reunieron en un cohesionado programa los tres nombres claves de la música postromántica germana: Wagner, Strauss y Mahler. Máxima expectativa para la mayor parte de los asistentes, entre los que me incluyo, pues se trataba de una oportunidad única de escuchar en concierto Das klagende Lied, la juvenil cantata de Gustav Mahler; obra no sólo ninguneada en su tiempo por Brahms y Liszt, sino también por los programadores actuales. Tal vez la amplia plantilla de músicos necesaria, junto a solistas, coros y una nutrida orquesta fuera del escenario, no ayudan excesivamente a la presentación de una obra relativamente breve, sobre todo en su segunda versión en dos movimientos Der Spielmann y Hochzeitstück.

Aunque hubiera sido deseable poder escuchar la versión completa, incluyendo el movimiento inicial Waldmärchen, la interpretación en Oporto fue más que suficiente para reivindicar la obra hasta niveles inimaginables. Es una partitura que en disco ha contado con el respaldo de grandes nombres como Haitink, Chailly, Gielen, Rattle, todas ellas versiones llenas de alicientes. Pero lo cierto es que la experiencia de poder escuchar la obra en vivo, y más aún en una interpretación modélica como la que disfrutamos en Casa da Musica, superó con mucho a cualquiera de estas grabaciones. No es exagerado decir que me resultó una obra totalmente nueva, exuberante en hallazgos orquestales, tímbricos, melódicos, espaciales, etc. que difícilmente pueden recrearse en una grabación.
Fue decisiva la aportación de los dos coros y de la Orquesta Sinfónica de Porto, entregada a fondo a la partitura desde su mismísimo inicio, precuela casi literal del arranque de la Segunda sinfonía mahleriana. Entre los tres solistas destacaron el tenor Nikolai Schukoff, cuyo instrumento, lírico, pero a la vez sobrado en volumen, es ideal para este rol que interpretaba por segunda vez en su vida. En su papel, breve pero decisivo, la soprano Sarah Wegener aportó una voz radiante y cristalina; ideal para este cuento de hadas. No fue tan estimulante la intervención de la mezzo Catriona Morison quien, aunque empastaba a la perfección en los hermosísimos "O Leide" a dúo con la soprano, adoleció de una voz pequeña que incluso en la acogedora Sala Suggia de Oporto se proyectó con dificultad. Como guinda, la dirección de Stefan Blunier fue clarividente, obteniendo lo máximo de la partitura, trazando tempi y énfasis reveladores –insuperable la sobrecogedora vehemencia en el clima de Hochzeitstück– y consiguiendo que toda la angustia que aflora de esta partitura llegara a la audiencia con el máximo impacto. Dirección enérgica de principio a fin, como es habitual en él usando todo su cuerpo; desde los gestos de su meñique hasta los zapatazos más intensos. La hermosísima conclusión de la obra, en la que muchos escucharán el anticipo de célebres pasajes del propio Mahler, pero también de Strauss, fue recibida con una larga y unánime ovación del público puesto en pie.
En un concierto que fue de menos a más, la primera parte se abrió con el Preludio y la muerte de amor de Tristán e Isolda. Tenía la esperanza de que, al contar con solistas vocales, pudiésemos escuchar la versión cantada del Liebestod pero aunque Wegener es asidua a los papeles wagnerianos, su vocalidad no encajaba en el rol de Isolda. Fue una versión muy clara y didáctica del Preludio en el que el director resaltó la modernidad de la partitura adornándola con largas e introspectivas pausas. La entrada de los chelos fue de diez: aportó un color aterciopelado de una belleza insondable. Sin embargo, en el Liebestod se echó en falta una mayor carga erótica. Nos resarcimos con un trepidante Don Juan que Blunier abrió sin que los aplausos de bienvenida se hubieran apagado. Hubo un excelente contraste entre los pasajes más hedonistas en los que el solo de oboe da vida a un héroe profundamente humano y sentimental, y los más enérgicos, imbuidos por Blunier con el máximo carácter y personalidad. La orquesta en pleno alcanzó esa cima apoteósica que en la obra previa se había echado en falta.