Entre función y función del Holadés errante en el Real, Pablo Heras-Casado y la Orquesta Sinfónica de Madrid presentan lo que parece ya una tradición en Madrid, la Novena sinfonía de Beethoven en periodo navideño. Quizá por ser una obra que, como pocas, invita a la reflexión, parece que estas fechas son un momento propicio para interpretarla. Así pues, hacemos un alto en nuestra vorágine de preparativos, o quizá como parte de ella, para asistir a la esucha de la monumental composición y dedicamos un rato a desentrañar el mensaje tras la intemporal obra maestra.
En el primer movimiento dominó una lectura vertical, que vino marcada por un fuerte ritmo y un especial protagonismo de los vientos. Las cuerdas, por su parte, con más tendencia a lo lírico, ofrecieron un fraseo muy equilibrado. A lo largo del movimiento se fue construyendo una tensión, que poco a poco y muy controlada, incrementaba el carácter dramático hasta cerrar de forma rotunda el movimiento. Durante el segundo movimiento, que se llevó a un tiempo más bien rápido, se continuó construyendo esa tensión que nos dirige al clímax de la obra. El momento oda del Scherzo, ese en el que atisbamos una pista del canto final, sonó claro y enérgico, apuntalando una estructura que está a la mitad de su construcción. En general, el Scherzo fue muy rítmico en las cuerdas y de una gran delicadeza en los vientos: los momentos fugados sonaron magníficamente, con un timbre y un empaste preciosos.
El tercer movimiento arrancó con la hermosa melodía de las violas, a lo que siguió el clarinete, lírico a la vez que pesante, estuvo interpretado de manera brillante. Los vientos tuvieron una gran presencia, mientras las cuerdas jugaron un papel de soporte y de relleno, de lo que resultó un precioso empaste. Según se avanzó en el movimiento, este iba adquiriendo más peso y un carácter más introspectivo, preparándonos para el último movimiento. Los contrabajos introducen el cuarto movimiento con el tema que va a dominar, unas pausas largas crearon un fuerte dramatismo. La melodía fue tratada con mimo y sin prisas, con la delicadeza con la que se trata algo que tenemos cuidar para que florezca: es el motivo que domina todo el movimiento y en el que confluyen todas las fuerzas que se han generado previamente. Heras-Casado ofreció un sonido muy controlado en todo momento, a la vez que entresacó una gran potencia de la sencilla melodía. El Coro Nacional jugó sus cartas con efectividad, sonó compacto y potente. Mientras que los solistas cumplieron con su papel de forma certera.
Era evidente la buena conexión entre el director y la orquesta. Heras-Casado iba entresacando los motivos de forma individual, con la fuerza de su gesto conseguía del instrumento al que se dirigía un sonido brillante. Fue una versión interesante, con un buen equilibrio entre el carácter introspectivo y la energía inherente a la paritura, entre la potencia de una obra que destila fuerza y el dar forma a un sonido compacto y controlado en todo momento.