Interesante y exigente programa, el presentado por el pianista Sir Stephen Hough en el Teatro Liceo de Salamanca. En las manos de este artista de amplio historial y de gran reconocimiento internacional, pudimos disfrutar de dos pilares del repertorio pianístico del siglo XIX, más algunas obras de una compositora francesa cada vez más reconocida.

Hough tiene una técnica muy depurada, y se mueve en el piano con gran elegancia, utilizando sus recursos instrumentales de manera inteligente y efectiva. Sus maneras produjeron resultados excelentes en las dos piezas de Cécile Chaminade que abrieron la velada: Automne y Autrefois, ambas de gran belleza. En la primera, fue admirable la atención que el pianista prestó a los aspectos polifónicos y al canto, además del dominio técnico que demostró en la sección central. En la segunda (embebida de Barroco francés) Hough tocó con ligereza y realizó admirablemente los adornos. Seguidamente, y sin interrupción con la pieza anterior, comenzó su versión de la Sonata en si menor, de Franz Liszt. En este caso, se centró en presentar claramente los elementos estructurales, evitando excesivos arrebatos. La versión fue muy interesante, aunque se perdió algo de ese carácter visionario que algunos percibimos en esta composición. De todas maneras, mostró convicción y capacidad instrumental para poder materializar sus ideas.
Otras dos piezas de Chaminade comenzaron la segunda parte: Thème varié y Les Sylvains. En la primera, Hough mostró muy bien la influencia del Clacisismo; mientras que en la segunda destacó los aspectos románticos con detalles técnicos importantes, como los bellos glissandi. El programa finalizó con la Sonata en si menor, op. 58, de Frédéric Chopin, en la que ofreció, en los tres primeros movimientos, el mismo enfoque objetivo que apreciamos en su interpretación lisztiana. Estos tres movimientos fueron tocados con muy poco rubato, y privilegiando la claridad formal sobre la fantasía. Sin embargo, el cuarto movimiento fue enfocado de manera diferente, ya que el pianista apostó por el riesgo y la sensación rapsódica, escogiendo un tempo muy rápido, lo que ocasionó algún problema digital, pero que fue desarrollado con mucha garra y virtuosismo. En conjunto, fue una versión algo ecléctica, defendida con convicción y con momentos de mucho interés. Como regalo, ofreció el famosísimo Nocturno en mi bemol mayor, op. 9 núm. 2, de Chopin, en una versión cuyas maneras distaban de la obra anterior, ya que desplegó un rubato abundante y unas líneas más cantables.
Fue un recital muy interesante tanto por las obras programadas, que recibieron interpretaciones muy personales, como por la calidad de un intérprete de gran calibre como es Stephen Hough.