El Palau de Les Arts sigue ampliando con éxito su repertorio con títulos indispensables en la historia de la ópera. En esta ocasión le llegó el turno a Diálogos de carmelitas en la icónica versión de Robert Carsen. Este director de escena trabaja, según ha declarado en varias ocasiones, bajo la premisa de no distraer al público, para permitir que se concentre en el discurso musical. Un presupuesto que cabe matizar, ya que no sólo no perturba la atención del espectador, sino que maneja los elementos del drama de tal manera que lo condensa escena a escena.

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Dialogues des Carmélites
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

Los medios que emplea el regidor son escasos: un espacio diáfano, muy poco mobiliario —al que le atribuye un carácter simbólico— y un particular y efectivo uso de la luz. Una impactante sombra es el detonante de la exteriorización de los miedos que siente Blanche de la Force. Por el contrario, el escenógrafo amplifica al máximo la calidad de la gestualidad para hacer visible hasta el más mínimo ademán. Tanto de cada uno de los actores como de las masas, porque una multitud de ciudadanos y ciudadanas acecha constantemente a las religiosas y se planta altanera frente al patio de butacas.

Es la muchedumbre que, por una parte, aterroriza al Marqués de la Force, según él mismo explica al inicio de la ópera, en un apresurado recitativo en el que Cavallier se vio un tanto atropellado por la premura de Minasi, y, por otra, asalta el Carmelo de Compiègne. En definitiva, un inmenso fresco de la Revolución francesa, que puede que sea abstracto en el plano visual, pero que está perfectamente delimitado desde el punto de vista psico-social. Nítida es la actitud que muestran los miembros de cada uno de los tres estados que entraron en liza: aristocracia, clero y pueblo llano. E igualmente diáfano reluce el perfil introspectivo de cada personaje, subrayado siempre por Minasi, al comprender el calado psicológico de la parte musical.

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Dialogues des Carmélites
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

De acuerdo con el director de escena, ésta nunca entorpeció la escucha. Un planteamiento que se agradece sobremanera en este caso, puesto que la partitura de Francis Poluenc encontró en Minasi, en la Orquestra de la Comunitat Valenciana y en el Cor de la Generalitat —preciso, colorista y entregado— unos excelentes transmisores. Entre los momentos que bordearon lo sublime estuvo la introducción al arioso de la nueva priora en el segundo acto —más rubateado que lo que habíamos escuchado anteriormente—, la fusión de orquesta y coro en el Ave María y el pianísimo con el que prepararon el Salve Regina del final, coreografiado con finura.

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Dialogues des Carmélites
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce

Y, aunque el compositor se disculpó en su día por emplear un lenguaje “descaradamente anticuado” y tonal, el director resaltó constantemente los choques armónicos, las disonancias y los efectos tímbricos que contiene la partitura, como los que emite la trompa mientras que Madame Lidoine, la nueva priora, consuela a las hermanas en la prisión. Cabe apuntar, que la actitud del autor se explica por el hecho de que escribió la ópera entre 1953 y 1956, cuando los miembros de la Escuela de Darmstadt (Boulez, Stockhausen, Nono y compañía) habían hecho tabula rasa de principios tan consolidados como la estructura y la sintaxis musical, y postulado sus creaciones cómo epítome de lo que tenía que ser la composición a partir de entonces. Poulenc dedicó esta partitura, además de a su madre, a Debussy, Monteverdi, Verdi y Mussorgsky. Toda una declaración de principios, o de guerra, según se mire.

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Dialogues des Carmélites
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

En esta ópera, el dominio de las voces femeninas sobre las masculinas es evidente y, por añadidura, el compositor se cuidó de caracterizar vocalmente a cada una de las protagonistas con arreglo a su rango. Blanche requiere a una soprano tan completa como Alexandra Marcellier. Dramática en su justa medida y lírica cuando fue necesario. Decidida y elocuente en el momento de comunicar la decisión de entrar en el convento, se complementó perfectamente tanto con Sandra Hamaoui (Costance), como con Valentin Thill (joven de la Force) en su dúo de amor fraternal —de potente imaginería en esta escenificación—. Con la primera, en la escena del obrador, estuvieron dinámicas y precisas. Hamaoui hizo gala de sonido claro, chispeante, agudos plenos y bonito color. Además, de la frivolidad del primer acto pasó con naturalidad a la gravedad del resto. La veterana Doris Soffel no pudo aportar la rotundidad vocal que requiere su rol de priora de la comunidad. Todo lo contrario a lo que sucedió en el plano actoral, desarrollado con suma autoridad. Ambur Braid (Madame Lidoine) diferenció bien su sonido del de Michèle Losier (Mare Marie) en sus diálogos y se mostró consciente de su responsabilidad para con las hermanas abocadas al martirio. Losier redondeó su actuación con musicalidad y sonido hermoso. Marina Rodríguez-Cusì estuvo acertada en su parte.

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Dialogues des Carmélites
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

Entre las voces masculinas, Nicolas Cavallier mostró un sonido baritonal pleno y bien proyectado, mientras que Thill es un tenor lírico de sonido bonito, aunque no muy grande, pero siempre bien matizado. Y para completar los papeles principales, Michael Colvin fue un desmadejado capellán en todos los sentidos.

Como conclusión, este Diálogos de carmelitas es otro hito que hay que apuntar en la cuenta de Jesús Iglesias, a quien felicitamos por su buen criterio y vocación de formar al espectador. En definitiva, servicio público a través del arte.

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