Como tantos otros títulos de la “era Iglesias”, esta nueva producción de Faust no dejará indiferente a nadie. Los ingredientes con los que cuenta, además de favorecer que se disfrute del espectáculo, dejan un reguero de sensaciones de todo tipo que permiten la posterior reflexión y el recuerdo.

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Faust con dirección de escena de Johannes Erath en Les Arts
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

Entre esas reminiscencias, el primer elemento que nos viene a la memoria es la potente imaginería con la que Johannes Erath envuelve este relato. Sin el menor atisbo de nostalgia ni melancolía por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, hace que el Fausto anciano y el Fausto joven convivan, no siempre en armonía. Y es que los personajes principales no sólo se duplican sino que se multiplican. El mundo en el que el escenógrafo sumerge al espectador es dinámico (perdimos la cuenta de las veces que Méphistophélès cambió su caracterización), contradictorio y un tanto iconoclasta. Él mismo lo resume en una frase: “En la tierra no existe nada sin su opuesto”. Así, desde este posicionamiento dualista, la regie roza muchas a veces el absurdo, cuando no el sarcasmo. Satanás y el Papa son lo mismo. Marthe, una venerable monjita. Una función de circo, en la que el jefe de pista es Satán, se confunde con un oficio religioso. Es lo que tiene la liturgia; allá cada cual con su lectura. Pero aún hay más, el jardín de Marguerite está sembrado de grandes sombreros de copa de todos los tamaños, como si los hubiera perdido el Sombrerero Loco. No obstante, permitió el momento más musical de todos —el tercer acto—. El detalladísimo vestuario, la iluminación y las interesantes videocreaciones proyectadas sobre el scrim potenciaron la vertiente onírica, nocturnal y lunar que no es ajena a la propuesta. Más, pese a todo esto, la relación que se establece entre el triángulo amoroso protagonista permanece intacta y no resulta exenta de ternura.

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Alex Esposito en Faust
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

El apartado sónico, por el contrario, se desarrolló en un plano bien diferente. Frente a tanta indeterminación, confusión y complejidad, tanto las voces como la orquesta resultaron diáfanas. La calidad y la cualidad de las primeras sirvieron para manifestar claramente las características psicológicas de cada personaje. Ayón-Rivas, pese a ser bastante joven para encarnar la turbación del sabio anciano, consiguió dar empuje al Fausto deslumbrado por la vida y por el demonio, después al enamorado con su sonido claro y potente cuando lo tuvo que ser. En su aparición, Espósito fue contundente. Expresivo en el carácter taimado del personaje, versátil y divertido. En su vestuario hubo un guiño historicista e intertextual: al final luce un diseño inspirado en el que confeccionó Aleksandr Golovín para el mítico Fiódor Shaliapin en el Mefistofele de Boito. Sempey, como soldado-clown, mostró un sonido equilibrado, compacto y bien proyectado. Sobresaliente, preparó muy bien el aria “Avant de quitter ces lieux” del segundo acto. Ruth Iniesta encarnó una Marguerite matizadísima tanto en lo vocal como en lo teatral. Magistral el paso del canto arcaizante sin vibrato al canto lírico en la balada del rey de Thule y posterior “Aria de las joyas”. Y más que cumplidos, Sala —una especie de cirujano, representante del sentir científico ante tanto dislate espiritual—, Buachidze y Coma-Alabert.

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Esposito (Méphistophélès), G. Coma-Alabert (Marthe), R. Iniesta (Marguerite), I. Ayón-Rivas (Faust)
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

Completaron el éxito de esta “Prima” a la valenciana el Cor de la Generalitat, versátil y colorista, pese a cierta pesadez de los bajos al inicio y leves desajustes en el segundo acto, y una Orquestra de la Comunitat que cada día parece sonar mejor. Lorenzo Viotti debutaba en España en esta función y si bien en el primer acto pareció conformarse con alcanzar unos planos sonoros bastante cómodos, sobre todo en el piano, también fue creciendo en confianza, exigencia y musicalidad. Contribuyó con acierto a resaltar el fraseo de cada parte y a que sonaran con claridad los floreados y complejos contrapuntos de las arias. No son un acompañamiento cualquiera. La cuerda estuvo exquisita y el colofón lo pusieron solistas como el de clarinete, plenamente idiomático.

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Iván Ayón-Rivas (Faust) y Alex Esposito (Méphistophélès)
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

En fin, no pinta mal la temporada. El mes que viene les contaremos Enemigo del pueblo, de Francisco Coll, flamante Premio Nacional de Música de Composición 2025.

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