Hace justo tres años que Sir Mark Elder debutaba como director invitado de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. En los atriles, Vida de héroe y Sinfonía de los salmos. Huelga decir que aquella incipiente relación ha ido madurando con su presencia constante en los conciertos sinfónicos y la confianza con los músicos, es evidente, también ha ido a más. La Cuarta sinfonía de Shostakóvich que hicieron juntos el curso pasado es uno de los hitos artísticos de Les Arts. En enero fue anunciado como director musical para las cuatro próximas temporadas en sustitución de James Gaffigan. Este concierto sirvió de presentación oficial. Para la ocasión, propuso un programa tan contrastante como complementario, que quizás deba tomarse como reflejo de un plausible plan director o, al menos, como horizonte artístico, en términos bastante menos burocráticos.

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Sir Mark Elder al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana
© Mikel Ponce | Les Arts

La Segunda sinfonía de Beethoven es una página —para lo que él era— optimista. Fue compuesta poco antes de que redactara el famoso Testamento de Heiligenstadt en octubre de 1802. Conocido tras el fallecimiento del compositor, este documento apuntaba al suicidio como solución a la desesperación que sentía a causa de su mala salud. La interpretación de Elder, que no necesitó batuta, sino ligeros movimientos de hombros y cabeza para que la orquesta lo siguiera sin oponer resistencia, evidenció un claro afán de autoafirmación. “Aquí estoy yo”, pareció decir el director en consonancia con el mensaje lanzado por el compositor en el exultante final de primer movimiento. Hasta entonces, las maderas habían sonado tan densas y firmes como suculentas. La cuerda lo hizo con energía y redondeando cada final de frase al ser incitada por el director con un leve aleteo del brazo izquierdo o de los dos. En el segundo movimiento las líneas internas cobraron vida y el fagot propició un encantador cambio de color. A la minuciosidad del Scherzo le siguió el exquisito equilibrio formal del Allegro. Cada vuelta al ritornello se percibió con rotunda claridad.

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Sir Mark Elder, nuevo director musical de Les Arts
© Mikel Ponce | Les Arts

Empero, lo que en la primera parte resultó ser un alarde de seguridad, de defensa del trabajo colectivo, tras el descanso se convirtió en férreo control a todas las secciones. Aquí, Elder sí utilizó batuta. Y con ello la frescura y el dinamismo que había tenido la Segunda sinfonía de Beethoven se esfumó. Ni siquiera el vals del segundo movimiento de la Quinta de Shostakóvich tuvo esa chispa tan desconcertante con la que se interpreta a veces. Se impuso una severidad que solo el requintó refutó al frasear la melodía inicial en una de las intervenciones solistas más creativas de la tarde. Esto no quiere decir que flauta, clarinete, fagot, oboe, violín y un largo etc. no lo fueran. No. Todos estuvieron excelentes, pero dentro de un orden. También me gustó el fraseo de las trompas, la proyección del trompeta solista en el solo del final y la robustez de los metales graves. Y si la calidad individual de los músicos de la OCV es difícil de igualar, el conjunto la eleva considerablemente. Un instrumento enorme, preciso y disciplinado. De sonoridades tan opulentas como sensibles. Sin fisuras.

Pero, con todo, me quedo con la extraña combinación que se produjo en el Largo: cierta calidez en la forma de estirar las líneas en las cuerdas y frío en la formulación del solo del oboe. Tal vez, una expresión acertada de esas contradicciones que sufrieron ambos compositores. Es posible que lo que haga Elder en adelante vaya por ahí. A sus setenta y ocho años, estar en Les Arts, se lo ha tomado como un reto.

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