Ariodante ha sido saludado en Valencia como el reencuentro del público de la Sala Principal con el Barroco. Desde el Orlando de 2008, dirigido por Eduardo López Banzo, no se había presenciado un montaje a gran escala como esta coproducción, estrenada en el Festival d’Aix-en-Provence hace ocho años. Es cierto que William Christie dirigió Partenope con Les Arts Florissants el pasado octubre y que en otras salas se han visto propuestas de Sardelli, Biondi o Dantone, pero ninguna contó con los medios empleados en este nuevo título handeliano. No obstante, de todo aquello algo queda.
Los músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana degustaron la partitura y, si al principio la articulación de la cuerda parecía un tanto pesada, no tardaron en semejarse a los de un conjunto historicista. Las texturas resultaron primorosas y la sonoridad global mullida y menos acerada que la que pudiera obtener un grupo especializado, con el añadido de trompas y trompetas naturales de sonoridad redonda. Hermoso, en definitiva. En el podio, Andrea Marcon desplegó su sabiduría y, siempre atento al canto, preparó las principales arias con mucha atención. Unas veces las dijo con delicadeza, otras destacando la inquietud que producen las disonancias (segundo acto, mientras Polinesso se jacta de causar daño a Ariodante). En el primer caso incluimos, por ejemplo, “Con l'ali di costanza” o la célebre “Scherza infida”, en la que solista y acompañamiento supieron arrastrarnos con fruición por todos los afectos por los que fluctúa esta música. En esta segunda aria destacó también el fagot solista por su excelencia. A todo ello cabe añadir lo acertados que estuvieron los componentes del bajo continuo (Giulio De Narco e Inés Moreno, clave, Alex Jellici, chelo, y María Ferré, tiorba) y las breves intervenciones, pero de tímbrica riquísima, de un Cor de la Generalitat muy reducido.
Ekaterina Vorontsova encabezó un elenco equilibrado y entregado en la parte teatral. Al inicio, pareció que el sonido se le quedaba atrás, pero conforme fue ganando en confianza pudimos apreciar su potencia, habilidad en modularlo y efectividad en las agilidades, emitidas con limpieza y sin alardes pirotécnicos. Ya se ha dicho que su “Scherza infida” resultó de muchos quilates. Jane Archibald encarnó a Ginevra, bien en la coloratura y sobresaliente en las partes introspectivas. Sin embargo, al subir al agudo rozó el grito en algún pasaje. Christophe Dumaux estuvo redondo en el canto y bastante repelente en la encarnación de su personaje: caudal abundante, homogéneo y grácil en los pasajes virtuosísticos; una de las voces más bonitas de la noche. El canto de David Portillo me pareció tan noble como su personaje, con mucho gusto a la hora de expresar y contrastar dinámicas. Jacquelyn Stucker mostró buena proyección, volumen y dramatismo. También acertó Luca Tittoto, con un sonido denso y copioso, empero un poquito desajustado con la orquesta en su primera aparición. Jorge Franco, del Centre de Perfeccionament, no desmereció ni un ápice del resto del elenco: sonido con cuerpo, bien proyectado y adecuada intencionalidad.