En la sala de cámara del Centro Cultural Miguel Delibes, Joaquín Achúcarro presentó un recital titulado Los queridos compañeros de mi viaje. Fue un evento en el que el nonagenario gran pianista, que mostró una forma envidiable, dio un repaso a varias de las obras y de los compositores que le han acompañado a lo largo de su longeva carrera. Como él mismo expresó: no están todos los que son, pero sí son todos los que están. Con su habitual simpatía y fluidez al hablar, Achúcarro introdujo cada una de las obras del programa.

Joaquín Achúcarro © Bernard Martinez
Joaquín Achúcarro
© Bernard Martinez

La velada comenzó con el Adagio central de la Toccata en do mayor BWV564, de J. S. Bach en la transcripción de Ferruccio Busoni; una versión bien cantada, que contó con sonido muy cuidado y esa sapiencia mostrada durante todo el recital. A continuación, las dos primeras piezas del opus 118 de Johannes Brahms; con una primera que no resultó tan tormentosa como el pianista la había presentado, pero que sí estuvo muy bien fraseada y con atención a las distintas voces. Y una bellísima versión de la segunda, donde la madurez del pianista brilló de manera especial. Achúcarro convenció también en las obras de Claude Debussy, comenzando con un Claro de Luna lento y expansivo, para luego adentrarse en dos de los preludios del segundo libro: La puerta del vino y Feux d’artifice. En ambas resaltaron los recursos actuales del pianista, de tal manera que posibles gamas dinámicas más extensas fueron sustituidas por la inteligencia y el cuidado de los diversos detalles; sin faltar momentos de virtuosismo, especialmente notorios en la segunda.

Después del breve descanso, la velada continuó con dos obras españolas. En primer lugar, La maja y el ruiseñor, de Enrique Granados, en versión muy paladeada —al estilo de sus anteriores interpretaciones de Bach y la segunda de las piezas de Brahms—, donde el pianista sorprendió con la calidad de sus trinos, ejecutados con la muñeca muy baja. El Puerto, de Isaac Albéniz, evidenció un contraste interpretativo con la obra anterior, destacando especialmente los ritmos y la alegría, dentro de una gama dinámica no demasiado amplia. El recital llegó a su tramo final con tres obras de Frédéric Chopin. La Fantasía-impromptu op. 66 comenzó con un tempo más lento de lo habitual y unos fraseos muy peculiares, sin que el interés decayera nunca y con una espléndida sección central. Soberbio el Nocturno en do sostenido menor, op. posth., estuvo entre los momentos más logrados de la velada y en él, el pianista bilbaíno se mostró especialmente inspirado. Para concluir, una versión admirable de la Polonesa en la bemol mayor, op. 53, “Heroica”; expuesta sin prisas, muy bien cantada, y con las dificultades técnicas estupendamente resueltas. Ante las ovaciones, Achúcarro tuvo fuerzas para tocar tres obras de regalo. El Nocturno en do mayor op. 54, núm. 4 de Edvard Grieg, y el Nocturno op. 9 núm. 2 —para la mano izquierda— de Aleksandr Scriabin recibieron interpretaciones modélicas; y en el temible Preludio en si bemol menor op. 28 núm. 16, de Chopin, hubo sorprendentes despliegues de virtuosismo.

Resultó ser una velada de gran calidad, donde dominaron versiones muy bien realizadas y de mucho peso. A tenor de lo experimentado en este recital, consideramos que Achúcarro tiene aún mucho que contar.

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