El primer día de función, después de varios parones, esperas e intentos, finalmente el estreno de Beethoven 7 de Sasha Waltz tuvo que ser cancelado por la lluvia. Por prevención para el cuerpo de baile y, sobre todo, para los valiosísimos instrumentos de la Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Lo único que se pudo ver fue la introducción, una pieza electrónica a modo de prólogo que el compositor Diego Noguera había desarrollado para la escena. La Séptima de Beethoven de Waltz pues, motivo y razón del proyecto, se quedó en las nubes. Por lo que la coreógrafa no se arriesgó por segunda vez al agua en este último espectáculo; cambiando el orden de representación, su sinfonía bailada fue la que abrió el evento y Noguera lo cerró, invirtiendo el sentido al ideado en principio (sin provocar ninguna mutabilidad).
El planteamiento de Waltz se estructuraba en recrear a través del cuerpo y los movimientos el espíritu de libertad con el que soñaba el compositor de Bonn. Así como fue la lluvia para el espectáculo, Beethoven escribió esta Séptima con la frustración de no poder ver un mundo mejor. Algo con lo que Sasha Waltz comparte después de vivir momento pandémico y con una sociedad hundida en la vorágine, en el que sólo cabe la utopía. Todo desde una vertiente comunitaria y no individual. De ahí, una transformación en forma de danza colectiva buscó replantear el ideal de la liberación (después del preludio de Noguera, en el que vendría a representar la contención), poner en primera fila de nuevo la esperanza a base de estructuras frágiles, amplias e incluso improvisadas. La propuesta transita en pos de un fondo emocional que nos conecte de nuevo en celebrar algo tan sencillo como clave, que es la vida. La condición estética y política van de la mano con un cuerpo de baile que se adentra en diferentes ritmos, roles y estructuras; con un vestuario neutro, translúcido y volátil del tándem Federico Polucci y Bernd Skodzig, así como una iluminación atmosférica del binomio Martin Hauk y Jörg Bittner, añadieron una puesta en escena potente desde la sutileza.
La Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu, dirigida por Lucas Macías, acompañó a la coreografía en una lectura enérgica, con una concepción mucho más vitalista que la del cuerpo de baile. Los movimientos, destacando el primero por el espíritu alegre, dominado por los cambios dinámicos, el segundo por su marcha más luctuosa y del arrastre de las cuerdas; tocando el tercero, más expresivo, de saltos armónicos y tramos expansivos, hasta llegar a un concluso movimiento cuarto en el que destacó la energía bulliciosa y el arranque final del discurso melódico.
Finalmente, lo que debió ser el inicio fue el final; el compositor chileno llevó a cabo su puesta de electrónica experimental con el corpus de baile, lejos de la línea sinfónica planteada y en plano totalmente contemporáneo. Algo llamativo fue su concepto artístico, en el que planteaba algo cercano a una interpretación del carácter compositivo de Beethoven si hubiese nacido en el siglo XXI. Un intento de replantear un supuesto interés del maestro en líneas tecnológicas, si se hubiese dado el caso, dando paso a la propuesta neo-beethoviana de Noguera que raya el territorio del dj. Independientemente si se emplea una orquesta al uso, instrumentos electrónicos u otras tipologías sonoras, damos por sentado que mientras haya un buen planteamiento, hay una buena justificación. El compendio final de Sasha Waltz y de su Beethoven 7 fue la de evocar un punto de encuentro entre utopías compartidas, que acabó funcionando.