L’Auditori de Barcelona acogió un nuevo programa de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya bajo la dirección de Ludovic Morlot, con un repertorio de notable diversidad estética y exigencia técnica. La interpretación, fruto de una preparación minuciosa, ofreció resultados en general satisfactorios.

El concierto se inició con La Valse de Ravel, obra que permitió esbozar la línea interpretativa que la orquesta y su titular adoptarán en la integral sinfónica del compositor que están registrando. Este proyecto, sin embargo, resulta discutible en un panorama discográfico saturado y frente a la necesidad de recuperar repertorio menos frecuentado, especialmente del ámbito catalán y del resto del país. La lectura de La Valse se centró en una articulación eminentemente vertical, resaltando contrastes tímbricos y acentos rítmicos, lo que favoreció una sonoridad plástica, pero restó fluidez y sensualidad a la progresión musical.

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Ludovic Morlot al frente de la Orquestra Simfònica de Barcelona
© May Zircus | L'Auditori

La segunda obra del programa fue Meduse: "Elle est belle et elle rit" de la compositora sueca Lisa Streich, estrenada en 2024 en Estocolmo y presentada por primera vez en España en esta ocasión. Concebida más como un poema sinfónico que como un concierto para trompeta, la obra toma como referencia La risa de la medusa de Hélène Cixous para evocar la figura mitológica desde una perspectiva sonora fragmentaria y textural. La partitura se caracteriza por un uso reiterativo de patrones rítmicos y efectos tímbricos variados, incluyendo una disposición antifonal de la percusión. Especialmente llamativo fue el tratamiento de la trompeta solista, privada de su brillo habitual mediante el uso constante de sordinas, lo que generó una sonoridad apagada y espectral. No obstante, la falta de una estructura clara dejó la impresión de un ejercicio autorreferencial de impacto limitado. La recepción del público fue correcta, con aplausos de cortesía para la compositora, presente en la sala, mientras que la trompetista Mireia Farrés obtuvo un reconocimiento más cálido tras su interpretación de un bis de John Dowland, junto a un contrabajo y un violonchelo. Este momento, además de subrayar la calidez tímbrica y el impecable fraseo de la solista, aportó un necesario contraste expresivo.

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Mireia Farrés y Ludovic Morlot
© May Zircus | L'Auditori

El programa se cerró con la Sinfonía núm. 5 en mi bemol mayor, op. 50 de Sibelius, una obra de arquitectura expansiva y compleja construcción tímbrica. Morlot planteó una versión de gran claridad estructural, con un cuidado equilibrio de tensiones internas. La cuerda, enfrentada a una escritura exigente con constantes divisi y trémolos, logró transmitir la atmósfera nebulosa característica de la sinfonía, aunque en ciertos pasajes faltó densidad sonora. En el segundo movimiento, destacó el contraste entre una serenidad pastoral y matices inquietantes, con un excelente trabajo de las trompas en sus notas pedal. Sin embargo, el último movimiento presentó una reexposición y coda excesivamente rápidas, lo que desdibujó la grandeza del tema hímnico de los cisnes y acentuó la sequedad de los acordes finales. A pesar de estas decisiones interpretativas, el uso de diferentes baquetas por parte del timbalista permitió una integración más orgánica con la cuerda, enriqueciendo la textura global.

En conjunto, el concierto ofreció momentos de interés y algunas decisiones interpretativas discutibles. Mientras que Ravel y Sibelius evidenciaron una aproximación que priorizó la claridad sobre la sensualidad o la profundidad tímbrica, la obra de Streich, con su complejidad textural, generó una recepción más reservada. La intervención de Mireia Farrés, con su bis, resultó el instante más cálido de la velada, destacando por su refinada musicalidad y capacidad comunicativa.

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