Para Alexander Ekman, y para casi toda Suecia, el solsticio de verano rebasa la categoría de celebración desde tiempos primigenios. La luz deviene energía y de ella, vitalidad; existir, vivir y festejar son, para la población escandinava, las raíces de esta fiesta celebrada el día más largo del año. Su coreógrafo conoce muy bien estos orígenes y es el responsable de plasmar, en un espectáculo tan idílico como surrealista, la mirada comunitaria de esta celebración veraniega. Estrenada para la Royal Ballet de Estocolmo en 2015, Midsummer Night’s Dream se estrena en el Gran Teatre del Liceu para mitificar –y desmitificar– la mitología escandinava, ahondando en una lectura que cuestiona los límites de la realidad entre salmones, suecos y puntas.

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Bailarines del Ballett Dortmund en Midsummer Night's Dream
© Sergio Panizo | Gran Teatre del Liceu

Treinta y dos bailarines llevaron a cabo un ejercicio en dos actos, muy diferenciados en espíritu, formando una simbiosis de conceptos, referencias y tipos de movimiento. Xin Peng Wang, como director artístico, apuesta por un mundo en el que lo real y lo soñado conviven sin tener marcadas sus delimitaciones; lo jovial y divertido de la festividad bailada entre balas de heno, barbacoas y un midsommarstång (cruz de mayo) que centraliza el ritual, marca la primera parte del espectáculo. Iniciándose con el despertar de uno de sus protagonistas, la fiesta comienza entre preparaciones y presentaciones, juegos, risas. La tradición se traslada a la contemporaneidad de nuestra época, en la que no faltan los selfies o la ensoñación de estética moderna. Este mundo onírico va metamorfoseándose con la caída de la noche, escenificando una fiesta coral que llega a su cenit con un cierre erótico entre los participantes (algunos ya somnolientos), entre restos de festines y candelabros a medio encender. La segunda parte pretende ser un ‘segundo’ despertar, donde el colorido de la seducción y el movimiento diurno se torna en un onirismo surrealista y frío. El baile se transforma y atrás quedan los conjuntos recreativos: el lirismo de las puntas, junto a la firmeza, la prioridad de los dúos y el movimiento acrobático, entran en esta nueva fase, uniendo a su vez la virtud del tecnicismo y con el humor.

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Bailarines del Ballett Dortmund en el Liceu
© Sergio Panizo | Gran Teatre del Liceu

Como una versión muy libre de la obra shakesperiana, Ekman poco o nada recoge de la historia. Es más una muestra de los misterios que evoca el solsticio escandinavo, encontrando punto de unión con Shakespeare en aquello de preparar al lector –espectador– una realidad fantaseada en un mundo habitado de sucesos mágicos y criaturas seductoras. Ekman y Wang se sirven de referencias visuales tales como las de Bergman, Fellini, Magritte o Dalí; con la aparición de personajes sin cabeza, animales gigantes (¡salmones!) o filas de cuerpos que forman formas.

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Midsummer Night's Dream con coreografía de Alexander Ekman
© Sergio Panizo | Gran Teatre del Liceu

En esta escenografía encantada, la música compuesta por Mikael Karlsson no podría ser más representativa para lo imaginado. Un ensemble formado por doce solistas de la Dortmunder Philharmoniker realizan un trabajo bucólico en el primer acto, a base de cuerdas y con base preparada, que pasa a ser ritmada y tribal, con ritmos percutidos y sintetizados, en un segundo acto protagonizado por la transformación del sueño. Cualquier rastro de separación de mundos (y la duda que se arrastra de lo que es real y no) es rematada por la dimensión poética de la voz de Anna von Hausswolff, quien narra a través de canciones la fantasía y la transformación narrativa a base de cuerpos.

Midsummer Night’s Dream es una conjunción de lenguajes corporales que homenajean al culto de la magia, la tradición y la existencia entre lo natural y lo humano. Una celebración, sea soñada o no, que irremediablemente llega a su fin una vez suena el despertador.

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