Han tenido que pasar sesenta y siete años para volver a ver en escena uno de los tesoros del Barroco musical por antonomasia en el Gran Teatre del Liceu. El Dido & Aeneas de Purcell revivió en una delicada e intimista visión creada por la coreógrafa Blanca Li y el director musical William Christie. El mito resurge en un espectáculo envuelto en el misterio estético, en la carga poética de los cuerpos y en la narración desde las entrañas. Bebiendo de los orígenes (obra posiblemente concebida para ir acompañada de ballet), se recupera de la tragedia la universalidad del amor, la traición y el abandono entre la reina cartaginense y el héroe troyano. Música, cuerpos y sombras; un mito cantado y bailado que nace a orillas del Mediterráneo.
Intensidad desmesurada en un tiempo mesurado, la doble tangente de la partitura se traspasa en formas y movimientos. El núcleo del funcionamiento del todo es el uso de la narración extendida en bloques; la música, por un lado, ora la tragedia de los personajes, mientras que un reducido cuerpo de baile hace corpóreos las emociones interiores de estos. Todo conviviendo con una pequeña orquesta casi de cámara, ubicada en el lateral de la escena. La intimidad y la conjunción de elementos que casan en cuadros aislados funciona a la manera de recrear, bajo una óptica que parte del misterio y lo primigenio, la desolación y la posterior muerte de una Dido que es inmensa. Literalmente hablando. Porque tanto ella como Eneas y Belinda, figuran en toda la obra como presencias totémicas en el centro (gracias al uso de plataformas elevadoras que crean un desdoblamiento dramatúrigco), son representaciones endiosadas; personas-escultura cantan su tragedia mientras una docena de bailarines, en un plano inferior, terrenal, reflejan sus sentimientos en movimientos que nacen del diafragma y transmutan con el agua. Anhelos, miedos y pasiones internos se conjugan en una relectura coreografiada de lenguaje particularmente contemporáneo, cargado de simbolismos en un escenario deslizante por el agua, presente de principio a fin, como motivo de la llegada y partida del drama virgiliano. La fuerza de todo logra que la obra se sienta más corta de lo que es. Un Dido & Aeneas músico-teatral que combina danzas y coros en una plástica narrativa tan efímera como potente.
Evi Keller es la responsable de una escenografía que evoca la totalidad de los ambientes; un telón móvil es el único elemento que ha necesitado para hacer magia y transportar a los presentes a una cueva, a un palacio, a una ribera. Su trabajo en transformar la materia en luz y crear espacios de transición es apoyada por la iluminación de Pascal Laajili y el vestuario de Laurent Mercier, quienes plasman de manera escultórica la presencia de los cuerpos en pedestales, colores y formas. Un combo que se ejecuta con un resultado exultante en abstracción que marca la transformación gradual del drama.
William Christie, bien conocedor de la obra, aportó maestría y sensibilidad en el ámbito musical del repertorio antiguo, donde su orquesta supo traducir y participar del híbrido creativo. La instrumentación y el coro de Les Arts Florissants demostraron su especialización en una música fundamentalmente de cuerdas, marcada por la pluralidad atmosférica y ligera en lectura; de recitativos disolutos, de carácter teatral en ocasiones (participando con los bailarines, como fue la escena de brujas) y otras con recursos más densos, la reducida coral planteó un ejercicio de homofonías que interactuaban con las acciones de los protagonistas en plano unitario.

Los sonidos históricos de Purcell revivieron hacia la contemporaneidad de una escena releída del clásico de manera reflexiva y especialmente lírica, en cuerpo y alma. Y es que lo poético de lo atemporal es un vaivén; como la llegada de Eneas y su partida, en un simbólico final con el cuerpo de baile recreando el navío que lo llevará a la muerte, de nuevo, por el Mediterráneo.