Afrontar la Missa solemnis de Beethoven no es un gesto administrativo ni un capricho de programación. Es una declaración artística del más alto compromiso artístico que exige una preparación musical, técnica y física de calado estratosférico para todos los intérpretes. Desde esta premisa, la interpretación ofrecida el sábado por la Orquestra Simfònica del Vallès, el Orfeó Català y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana bajo la dirección de Xavier Puig alcanzó cotas de notable satisfacción y algún momento de plenitud sonora. Por ejemplo, con un Kyrie de lirismo contenido, fluyente y bien respirado o un inicio de Agnus Dei de carácter idóneo; en parte, gracias a Joan Martín-Royo que cerró la actuación más regular e irreprochable del cuarteto solista. Cierto es que, pese a la dificultad en el legato, la afinación, las notas de pasaje, los extensos arcos melismáticos y la diversidad expresiva, el enfoque estilístico de los solistas no fue uniforme ni hilvanado del todo. A ello súmese la indisposición vocal del tenor Roger Padullés que se defendió con unos medios adecuados para otro repertorio litúrgico y canoro en que siempre le hemos aplaudido.

La dirección de Xavier Puig ofreció una lectura articulada, cohesionada y consciente de la magnitud de la obra, capaz de sostener la tensión interna sin desbordarla como en el Kyrie, las fugas del Gloria y del Credo o la introducción del Sanctus. Si en algún momento pudo faltar un grado más de introspección, especialmente en secciones meditativas y matiz expresivo ("Gratias agimus", "Miserere nobis", "Et incarnatus") ello no empañó una visión globalmente sólida y bien hilvanada. El solo de violín de la concertino fue excelente en afinación y fraseo, integrado con elegancia en el Benedictus. La excepción más notable a todo ello fue el clímax de la obra tras la fuga sobre “Et vitam venturi saeculi”, que no terminó de expandirse: un desafío extremo que se saldó con brevedad, nada vibrante y con una coda sobre los acordes de Amén, contundentes, pero apresurada y nada liberadora.
La OSV mostró un buen rendimiento con una respuesta atenta y una especial sustancia en las maderas: flautas, clarinetes y oboes particularmente bien fraseados en las texturas mixtas que aportaron color y relieve en numerosos pasajes. Otros momentos destacables surgieron en la exaltación e impulso del Gloria y el Credo, así como en la luminosidad del "Hosanna", donde la claridad de líneas y la intención expresiva evidenciaron un trabajo profundo sobre texto y fraseo, especialmente en el coro. El Orfeó Català y el Cor de Cambra del Palau firmaron una intervención admirable, con intención clara y técnica sólida en cada sección. Las voces femeninas destacaron por la firmeza en las ascensiones agudas y la presencia tímbrica –también algo más numerosas–, aunque en la reexposición del Credo y en el "Dona nobis pacem" se habría agradecido mayor volumen en las voces masculinas. Con todo, la obra es físicamente extenuante, y afrontarla en concierto por segundo día consecutivo —y por enésima vez esa semana— supone un desgaste vocal inevitable.
Por ello conviene señalar un aspecto estructural de una institución, la Fundació Òpera Catalunya, que ha crecido mucho en infraestructura y presupuesto, pero que no ha soslayado los agolpamientos de calendario. Cuando la agenda empresarial pesa más que la experiencia de quienes están sobre el escenario, se somete a los músicos a un ritmo difícil de sostener. Cada temporada ocurre lo mismo dos o tres veces y esta orquesta ya no debería funcionar con dinámicas del pasado: no es de recibo afrontar una obra tan monumental sin los ensayos necesarios, especialmente cuando la OSV venía de Las bodas de Fígaro la semana anterior y, en menos de una semana, estrenará El holandés errante, su primer Wagner escenificado. No es la primera vez que lo señalo: quedarse en el “bien” o el “aprobado” cuando se está capacitado para el notable o la excelencia ya no es aceptable. Tampoco lo es la flojera de unas notas al programa de corte sensacionalista y literaturizadas, que apenas ayudaban a entender la obra ni sus dificultades. Así me lo comentó una señora del público.

