Que Johann Sebastian Bach no escribiera música para el teatro musical stricto sensu no quiere decir que no conociera los códigos del género. Lo demostró en sus oratorios y cantatas, claro está, pero también en su música instrumental. Así lo puso de manifiesto el conjunto barroco Vespres d’Arnadí en el monográfico que ofreció en el Palau de la Música Catalana. El programa estuvo formado por el Concierto para dos violines, en re menor y tres de las cuatro Suites para orquesta que compuso. En este orden: la cuarta, la segunda y la tercera.

Uno de los elementos que vinculan directamente a estas piezas instrumentales con la música vocal es el tratamiento que el Kantor de Santo Tomás dio a las líneas melódicas. En particular, a las de los movimientos lentos. De ahí que Farran Sylvan James y Vadym Makarenko, solistas del Concierto para dos violines, se acercasen mucho la interpretación que podría hacer un dúo de soprano y tenor. Sobre todo, en el expresivo Largo que facturaron. Además, a lo largo de toda la partitura, fueron capaces tanto de complementarse como de mantener sus respectivas personalidades. Y si esta parte fue el alfa del concierto, el movimiento Air de la Suite núm. 3 constituyó la omega. En él, el conjunto cuidó el fraseo y los matices agógicos hasta el extremo. Me gustó especialmente la recogida del final de cada periodo para respirar después de mantener el fiato y el impulso que la sólida sección del bajo continuo imprimió al acompañamiento. De este modo alejó toda posibilidad de que la melodía pudiera caer en la más mínima y extemporánea afectación romántica.
Vespres d’Arnadí es un conjunto de sonido puro y límpido, y rigor interpretativo. Su director desde el clave, Dani Espasa controló con sus expresivas corpografías cada una de las secciones instrumentales y espoleó a los músicos. El carácter teatral de las Suites devino de los contrastes afectivos con los que abordó cada una de sus oberturas. El título de estas partes ya lo dice todo y si ahondamos en su estructura tripartita resultaron: ampulosas y mayestáticas al principio, rítmicas y vivas en la sección central y expresivas con un punto rimbombante para finalizar. En definitiva, una intención óptima para predisponer al oyente a la escucha de la consiguiente sucesión de danzas. Lástima, que gran parte del público decidiera aplaudir al finalizar cada movimiento sin esperar a la conclusión completa de la suite, para evidente fastidio de alguna de las intérpretes.
Por otra parte, este sencillo esquema que hemos trazado esconde, gracias al genio de Bach, una suerte de alternancia de secciones concertantes heterogéneas como legado del concerto grosso. Esto permite, por ejemplo, que, en la obertura de una de las suites con una plantilla instrumental más numerosa, la cuarta, se produzca una alternancia tímbrica entre las distintas familias. No obstante, este contraste se percibió un tanto enmarañado cuando el cuarteto de cañas (tres oboes y fagot) se hizo cargo del torrente de progresiones en corcheas salpicadas con células en modo rítmico troqueo que caracteriza el episodio central. Tampoco estuvieron muy finas las trompetas en la emisión de las notas más agudas.
La Suite núm. 2 es una suerte de concierto para traverso en el que la solista, Marina Durany, y el conjunto igual se complementan que se contraponen. La versión de Vespres d’Arnadí comenzó con un sonido pleno y un claro impulso cinético. La parte central de la obertura es una fuga, que sonó con extrema claridad. En ella surgen pasajes en los que la solista es acompañada sólo por los primeros atriles de las cuerdas con lo que la alternancia en color y textura resultó llamativa. Por otra parte, Durany aplicó a la Sarabande una pátina un tanto otoñal y ritmó la Polonesa con mucha elegancia. En la popular Badinerie volvió a demostrar su virtuosismo marcando una clara direccionalidad que llevó al conjunto a una vibrante conclusión.
A lo dicho anteriormente sobre el segundo movimiento de la Suite núm. 3 es preciso añadir que los cambios de velocidad de la obertura resultaron sumamente naturales y en la sección central los violines primeros demostraron su temple. La Bourrée y la Giga fueron resueltas sin solución de continuidad y todo concluyó con la brillantez de los instrumentos heráldicos (trompetas y timbales). Como regalo, tras los calurosos aplausos que propinó el público que llenaba el salón modernista, Vespres d’Arnadí repitió la primera Gavotta de esta misma suite. En conclusión, un concierto afable. Siempre es grato volver los oídos al viejo Bach.