La velada comenzó con un estreno muy esperado retrasado por la pandemia, Cantos sobre la Tierra, concierto para dos pianos. El propio compositor, Daahoud Salim, presentó la obra, la cual, basada en continuos dialectos entre pianos y orquesta transita las problemáticas provocadas por el ser humano en la Tierra. “De su eterna generosidad” se abre con efusivas preguntas y respuestas disonantes entre Salim y Lucjan Luc. Tras exponer estos primeros trazos, comenzaron a expresar la efervescencia de la naturaleza, moldeando las estampas con un tempo agitado, junto con la explosión de un lenguaje basado en combinaciones entre la orquesta y los pianos. La impulsividad requerida se alcanzó gracias a la dirección de Álvaro Albiach, a través de dinámicas fluidas e hincapié en una poderosa percusión.

Otro prisma sobre la naturaleza es la traición por parte de su hija, la Humanidad, por ello, “De su lamento” fue como un doloroso duelo. Desolador cántico desde largas secciones solistas de los viento-madera. Ante el desalentador panorama, el último movimiento (“De sus futuros posibles”) presenta dos hipotéticos porvenires. El primero es el atravesamiento total de la artificiosidad que nos rodea. Con el fin de trasmitir un proceso mecánico, se recurre al brillante dúo pianístico para desarrollar vertiginosas e infinitas escalas y amplios intervalos enfrentados. Para acrecentarlo se unen entrecortadas y agresivas secciones rítmicas y melódicas del tutti. Una parte compleja y magníficamente resuelta ante el engranaje perfecto de todas las partes. El segundo porvenir, basado en el equilibrio con la Tierra, retoma los cantes del primer movimiento. Esta vez, con variantes flexibles y estables armónicamente, pero volcadas desde la expresividad ad libitum del diálogo pianístico.
Fue un remate preciso para una espléndida obra que permitió desarrollar un rico diálogo musical. Los justos alicientes fueron tan agradecidos por el público cacereño que, a modo de interludio, los pianistas hicieron muestra de su química interpretativa con una propina para dos pianos.
La segunda parte continuó con obras semejantes en la exposición de contrastes. Albiach y la Orquesta de Extremadura acertaron plenamente con una adaptación de la Sinfonía en do menor, L 321 de Brunetti. Para ello, el director valenciano aseguró un ejercicio conciso en transiciones claras y espacio para el desarrollo de cada tema instrumental. Acciones específicamente constatadas en Allegro moderato, ante la forma en la que se desarrolló la creación y disolución temática con marcados sfforzando. Hasta el final, la originalidad entre las combinaciones tímbricas fue llevada al máximo con acentuadas inflexiones en las intervenciones solistas, en los cambios rítmicos y en las emisiones de pianissimi suspendidos y sólidos forttissimi. Así, el entorno camerístico fue equilibrado entre el naturalismo y el preciosismo melódico y rítmico.
La velada culminó con el Intermezzo, op.72 de Richard Strauss. En el primer movimiento pudo sentirse el fervor por iniciar un viaje, ante la gustosa elección de un tempo agitado por el que recorrer las impulsivas melodías, pero a su vez, alcanzando lo idílico con un sentido vals ante las justas marcas rítmicas. Otro motivo destacable consistió en que Albiach supo enlazar y mantener la coherencia y contención del desarrollo dramático en finísimas frases melódicas. No podemos dejar de señalar el estupendo trabajo del concertino y del corno solista, quienes ofrecieron un justo contraste tímbrico, el cual fue alimentado de cierta fluidez con los cambios rítmicos subrayados hasta finalizar.
Consecuentemente, se presenció un estimable balance de las ricas panorámicas sonoras entre numerosos contrastes temporales.