Décimo programa de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia, protagonizado por el director francés Fabien Gabel y el mítico trompetista sueco, Håkan Hardenberger. Aunque los programas de cuatro obras suelen dejar una sensación un tanto ambivalente, pues habitualmente suelen constar de piezas breves, difícilmente integradas, la ocasión constituyó una notable excepción. Las cuatro piezas, tres de ellas tan infrecuentes como agraciadas, estaban unidas no sólo por pertenecer a la primera mitad del siglo XX, sino también por tratarse de cuatro ejemplos de sensualidad musical desbordante, voluptuosa en no pocos momentos.

Si no fuera por su Habanera orquestal de 1919, sería Luis Aubert una pequeña nota al pie de página en la historia de la música francesa; sin embargo, su recreación de la famosa danza hispano-cubana mantiene justamente vivo su nombre en las programaciones sinfónicas. Gabel la planteó a una cadencia extremadamente lánguida y nostálgica, expandiendo el tiempo al límite de lo imposible. A pesar de ello, el difícil solo de viola inicial fue expuesto con seguridad y claridad. A él respondieron unas cuerdas cálidas y perfectamente empastadas en su voluptuoso tema. La OSG brilló en el abrumador clímax que se construye sobre una elaborada y compleja yuxtaposición orquestal, pero también en la exótica conclusión caribeña, que nos transportó a latitudes mucho más cálidas que las que disfrutamos estos días en este finisterrae.

El trompetista Håkan Hardenberger © Marco Borggreve
El trompetista Håkan Hardenberger
© Marco Borggreve

Håkan Hardenberger sigue siendo uno de los grandes de su instrumento, por suerte ya habitual con la OSG. En su última visita nos había deleitado con el concierto de Brett Dean; en esta ocasión venía de hacer con la Filarmónica de Berlín el concierto de Weynberg, pero la obra elegida en esta ocasión entre su amplísimo repertorio fue el concierto de Henri Tomasi. Una vitalista y exhuberante obra en la que son obvias las influencias jazzísticas, pero también la luminosidad y el eclecticismo de coetáneos como Ibert y Jolivet, cada vez más habituales en la programaciones. Es Hardenberger un intérprete ideal de esta obra –considerada en un primer momento intocable– con su articulación milagrosa, su sonido brillante y cristalino. Fueron especialmente impactantes los pasajes con sordina –dos distintas para la obra– con las que obtuvo a la perfección el sonido lejano, pero expresivo y dulce que indica el compositor. El hermosísimo Nocturno fue introducido por las arpas de la orquesta, toda la noche impecables protagonistas. El dilatado fraseo de la trompeta abarca todos los registros, desde los graves más misteriosos –en los que puso en una mínima dificultad al solista– hasta los agudos más brillantes en la tórrida sección central. El Allegro vivo fue una exhibición absoluta de técnica y buen gusto del solista, pero también de Gabel y de sus músicos que recrearon a la perfección la extrovertida y mediterránea atmósfera de la pieza.

La segunda parte se abrió con la obra más conocida del programa, la Danza de los siete velos, una pieza que descontextualizada pierde buena parte de su magia, pero que permitió el lucimiento de los solistas de la orquesta, muy especialmente de las maderas, en sus exóticas intervenciones, pero también del conjunto de la orquesta en sus pasajes más brutales, enérgicamente caracterizados por Gabel. El broche de oro de la noche llegaría con el poema sinfónico de La tragedia de Salomé, op. 50, de Florent Schmitt, una obra nueva para la orquesta –aunque no inédita en Galicia– de una complejidad rítmica y armónica inusual para la época. Al igual que en la Salomé straussiana, voluptuosidad y brutalidad se dan la mano en una partitura fascinante, que arrastró a director y músicos, absolutamente empáticos con la obra. Sólo se echó en falta la voz humana que en forma de exóticos melismas embellece Los encantos marinos, reemplazados eso sí, por un sensual solo de oboe. Sendas Danzas de la luz y del terror pusieron un sobrecogedor punto final a un impactante programa, tan arriesgado como exitoso y que evidenció la receptividad del público hacia todo tipo de repertorio, por ignoto que este sea.

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