Andrew Litton representa uno de los directores invitados con una relación más estrecha y fructífera con la Orquesta Sinfónica de Galicia. Con casi una decena de programas diferentes a lo largo de los años, su presencia en el podio de la Orquesta Sinfónica de Galicia es siempre sinónimo de compromiso artístico, pero también de espectáculo. En esta ocasión, su visita se enmarcó en la preparación del macro-festival bilbaíno Musika-Música. Tal vez por esta razón el programa ofrecido se alejó de sus terrenos más habituales, dominados por la música soviética, rusa, centroeuropea y americana, para adentrarse en un repertorio más sutil y refinado, como es la música francesa, apenas representada en su amplísima discografía.

Andrew Litton © Steve J Sherman
Andrew Litton
© Steve J Sherman

El concierto se inició con la primera Suite de Peer Gynt de Edvard Grieg, obra que, en los últimos tiempos, ha sido recurrente en la programación de la OSG. Este hecho, lejos de restarle interés, permite apreciar la diversidad de enfoques interpretativos por parte de distintos directores. La concepción de Litton, director honorario de la Filarmónica de Bergen, orquesta con la que completó uno de los periodos más brillantes de su carrera, evidenció su profundo conocimiento del lenguaje del compositor noruego. Su interpretación de la suite se caracterizó por un tono contenido, introspectivo y lleno de delicadeza, con una paleta de colores dominada por una sutileza casi melancólica, evocadora de la atmósfera de la ciudad natal del compositor, donde los días sin lluvia son una rareza. La mañana sonó con una dulzura contenida, alejada de cualquier grandilocuencia, mientras que La muerte de Ase fue un lamento casi susurrado, de un dramatismo comedido, pero profundamente conmovedor. La danza de Anitra resultó elegante y liviana, y el cierre con En la gruta del rey de la montaña desplegó una construcción precisa y detallada, aunque algo menos explosiva de lo acostumbrado.

A continuación, la Sinfonía en do mayor de Georges Bizet nos permitió reencontrarnos con el genio temprano del compositor francés, en una obra que, si bien poco frecuente en los atriles, rebosa frescura y vitalidad. En esta ocasión, sin embargo, la interpretación de Litton se quedó algo corta en ese espíritu juvenil. El Allegro vivo inicial resultó algo contenido, sin el impulso que cabría esperar de una obra tan desenfadada. En el Andante, el director logró una lectura refinada y envolvente, mostrando Litton una especial atención a la calidez de las cuerdas. El Allegro vivace fue correctamente ejecutado, destilando ligereza y espontaneidad. Sin embargo, el Allegro vivace final, aunque bien articulado, careció de un punto extra de brío que habría redondeado la interpretación.

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Andrew Litton
© Steve J Sherman

La segunda parte se centró en el universo valsístico de Maurice Ravel, con la interpretación de los Valses nobles y sentimentales y La valse. Los primeros fueron abordados con un enfoque introspectivo y sumamente refinado, enfatizando las sutilezas armónicas y la riqueza del color orquestal. Especialmente reseñables fueron el tercer vals, Modéré, caracterizado por un sutil juego de timbres y la delicada interacción entre las maderas y las cuerdas; el quinto Presque lent con exquisitos solos de clarinete y flauta de Juan Ferrer y Claudia Walker, respectivamente; y el sexto Vif, en su brevedad un reto de transparencia y equilibrio, resuelto con gran elegancia bajo la batuta de Litton. Tras su sutil conclusión, la música enlazó sin pausa con La valse, siguiendo la indicación attacca del director. En ella Litton desplegó toda su experiencia ligada al mundo del ballet desde su puesto al frente del New York City Ballet. La interpretación, de una intensidad creciente y una teatralidad irrefrenable, capturó a la perfección la evolución del vals desde su inicio casi etéreo hasta la progresiva desintegración del ritmo en un remolino caótico. A pesar de que el tempo empleado en algunos pasajes evocó la versión coreográfica más pausada, la ejecución no perdió en ningún momento su carácter vehemente y envolvente. La OSG respondió con brillantez a la batuta de Litton, ofreciendo un sonido pulcro y una cohesión envidiable en todo momento.

En definitiva, un concierto que brilló por su elegancia y profundidad interpretativa, con momentos de gran refinamiento y un Ravel que, en su tramo final, nos dejó sin aliento. Una muestra más de la solidez de la Sinfónica de Galicia y del talento versátil de Andrew Litton.

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