La música de los siglos XX y XXI protagonizó un concierto dirigido por Andrés Salado, y que contó con la presencia como solista de un músico de la casa, el ayuda de concertino, Ludwig Dürichen. Este se enfrentaba a la exigente responsabilidad de dar vida al entreverado Concierto de Jesús Torres, obra de 2012. Para completar un atractivo programa, Salado abordó la Primera sinfonía de Shostakovich, obra con la que inauguró la temporada con su Orquesta de Extremadura. Si a esto sumamos su reciente interpretación de la Séptima, se esperaba mucho en Coruña de su Shostakovich.

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La Orquesta Sinfónica de Galicia en el Palacio de la Ópera
© Orquesta Sinfónica de Galicia

El Concierto de Torres representa un desafío extremo tanto para el solista como para la orquesta, exigiendo un alto grado de virtuosismo a todos los implicados. De hecho, la principal dificultad interpretativa radica en la necesidad de alcanzar un equilibrio entre el solista y la orquesta, tarea especialmente compleja para el director, quien debe mediar entre estas fuerzas contrapuestas. Por desgracia, la interpretación se vio comprometida por una falta de cohesión, y no sólo porque el violín fuese opacado por el conjunto, sino por el tiempo, galopante, que unido a unas dinámicas extremas, desequibró el peso de la interpretación hacia la nutrida percusión que domina la obra. Salado, en un afán de acentuar al máximo la modernidad de la partitura, transformó sus disonantes clusters en una abigarrada secuencia de ritmos abstractos atávicos. Sin embargo, se trata de una obra fuertemente enraizada en la tradición, con amplias líneas melódicas, plenas de ornamentos que fueron traducidos por Dürichen con convicción y solvencia, pero que nunca se llegaron a integrar en un verdadero diálogo entre solista y orquesta. Ya en solitario, en la hermosa cadencia final que resuelve la obra de forma tan inesperada como sublime, encontramos esa sensación de plenitud que estuvo ausente en los veinte minutos previos. Dürichen, en un alarde de entusiasmo y agradecimiento ofreció dos vertiginosas propinas: el Allegro assai de la Tercera sonata de Bach y el Finale de la Cuarta sonata de Ysaÿe.

El primer opus sinfónico de Shostakovich vino al mundo en el espacio y en el tiempo adecuado para hacer que su creador saltase al estrellato internacional en medio de un contexto político y social de lo más delicado. Su riqueza instrumental, melódica y su vibrante creación de atmósferas son la respuesta justa de un joven compositor a la efervescente edad que le ha tocado vivir. Una partitura ideal para la Sinfónica de Galicia, que exhibió músculo y cerebro, produciendo un sonido y un diálogo entre secciones compacto y de impacto, pero también solos impecables. Sin embargo, la dirección de Salado no llegó a ofrecer lo que se esperaba de él. Fue una interpretación excesivamente rígida que inhibió la magia y el impacto de la música. Los tempi, inusitadamente dilatados, reflejan lo que fue una cautelosa, nada juvenil, Primera. Hubiera sido deseable en el primer movimiento un mayor énfasis de las líneas melódicas, que, aunque claras, resultaron algo inexpresivas. El segundo movimiento fue el mejor momento con un magnífico diálogo entre las secciones de la orquesta, manteniendo un balance adecuado que hizo que cada voz se escuchase claramente. En el Lento disfrutamos de los solos excelentes del chelo de Raul Mirás y de la sensacional concertino invitada, Mairéad Hickey, pero sin embargo, Salado no consiguió dar vida a la expresividad que el corazón emocional de la obra requería. El Final hubiera mejorado con transiciones más rápidas y un pulso latente que condujese la obra hasta su clímax de forma progresiva y coherente, pero la concepción hipertrófica de Salado no fue la mejor estrategia.

A pesar de las reticencias descritas, fue grato comprobar que estamos ante un director en progresión que, frente a un público y a unos músicos exigentes, ofreció momentos brillantes. Sólo hace una década de su anterior visita y es palpable que ha encontrado en Extremadura un terreno fértil para madurar, tanto técnicamente como en su repertorio. Pronto esta evolución le llevará a nuevos niveles de excelencia.

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