¿Qué significa la madurez? Es este un debate que transciende lo musical, que permea todas las esferas de la vida pública y de nuestra cotidianidad, con la inevitabilidad de numerosos sesgos y prejuicios. ¿A qué edad debe alguien ostentar un cargo público? ¿Hasta qué edad se es joven? ¿A cuál deberíamos terminar los estudios? Y en el caso de la música, ¿cuándo un intérprete alcanza la madurez? A menudo la etiqueta depende más de la exposición mediática que de los méritos reales, así que lo mejor es remitirse a los hechos, a las obras. En el caso de Konstantin Krimmel, el programa elegido da la cifra del afianzamiento del intérprete: un monográfico de Schubert especialmente centrado en el Schwanengesang, que inevitablemente remite a interpretaciones antológicas como la de Fischer-Diskau. La madurez es también medirse con los referentes, desde la confianza y a la vez la humildad.

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Daniel Heide y Konstantin Krimmel en Patio de los Mármoles
© Fermín Rodríguez | Festival Internacional de Música y Danza de Granada

En tal sentido, Krimmel, junto con Daniel Heide, decidió ordenar este ciclo de manera un poco distinta de la habitual, separando los textos de Rellstab de los de Heine, a la sazón agrupados por el editor mas no concebidos así por el autor e incluyendo algunas canciones también tardías del compositor austriaco sobre textos de Seidl. Ello llevó a una armoniosa división de bloques y una dialéctica capaz de resaltar tanto las cualidades del intérprete como el clímax mismo de las piezas.

En cuanto a Krimmel y a su voz, ya habíamos podido constatar hace poco más de un año sus excelentes cualidades en términos de emisión, dicción y tímbrica, entre otras cosas. Y con respecto a aquella cita, en esta ocasión asistimos a una voz más pulida, bien asentada en el registro medio y bajo, y ágil en el más agudo. Los primeros lieder evidenciaron este aspecto más dichoso y despreocupado, en los que Krimmel mostró su elegancia en el fraseo y naturalidad en colocar las notas altas. El voltaje dramático aumentó con In der Ferne donde el barítono alemán demostró su capacidad de emisión constante, sin recurrir apenas al vibrato y con una dicción siempre impecable, lo que contribuyó a una convincente presencia escénica.

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Daniel Heide, piano, y Konstantin Krimmel, barítono
© Fermín Rodríguez | Festival Internacional de Música y Danza de Granada

Por otro lado, es necesario mencionar a Daniel Heide, un pianista sensible, bien conocedor de las obras, capaz de sonoridades densas y complejas aun sin quitar el protagonismo al cantante. En todo momento se mostró preciso, consolidando el suelo sobre el que las palabras tenían que aterrizar y contribuyó a plasmar conjuntamente la sonoridad deseada con una notable amalgama entre voz y piano.

Sin duda en Krimmel hay una aproximación a Schubert y en general al arte del lied sumamente equilibrada, reconociendo el microcosmos que a menudo puede contener un ciclo o un autor. Por ello premia la variedad, sabiendo expresar lo adecuado en cada momento. Así en el registro más ligero como en Am Meer o Frühlingssehnsucht pudimos asistir a una capacidad de ensoñación y de limpidez en el timbre. Por otro lado Der Doppelgänger o Der Atlas, que concluyeron el recital, fueron antológicos por la capacidad de ensimismamiento hipnótico de la voz de Krimmel, en los que cada nota, cada silaba, abrían una puerta del relato trayéndolo a nosotros.

En definitiva, Krimmel posee todos los medios para consolidarse como uno de los mejores barítonos del repertorio liederístico en los próximos años; probablemente lo es ya porque ha alcanzado una madurez musical ya plena y con una voz que todavía ha de evolucionar, la carrera que se le proyecta será excepcional.

El Festival de Granada se hace cargo del alojamiento en la ciudad para Leonardo Mattana.

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