Uno de los principales atractivos del concierto de la Filarmonica della Scala de Milán era escuchar qué solución daría a un programa alejado, a priori, de la música de los operistas italianos que marca su ADN. Batutas de talla internacional han ido acrecentando su calidad desde que la fundaran Claudio Abbado y sus propios músicos a principio de los años 80 del siglo pasado, con la finalidad de completar el repertorio teatral con páginas sinfónicas. A su paso por la septuagésima tercera edición del Festival Internacional de Santander, la dirigió su titular desde 2015, Riccardo Chailly, a quien, en un apresurado repaso memorístico a su carrera, tampoco asociaríamos ni con Chaikovski ni con Ravel, pese a que llegara a grabar las dos obras interpretadas y las haya dirigido numerosas veces.
El resultado rayó en la alternancia de lo emotivo con la excitación y con las consecuentes descargas energéticas, tanto sonoras como cinéticas, que se produjeron cada vez que se ponía en marcha la maquinaria milanesa, a tempi vivos, generalmente. Otro aspecto transversal a las dos partituras fue la manera de respirar que Chailly impuso y como diferenció unas secciones de otras, estructurando el discurso con claridad. Además, tal vez, por ser una orquesta de foso con tanta solera, cada intervención solista fue preparada con muchísimo cuidado, como si fuera a intervenir un cantante en lugar de un instrumentista (y no digo que en este caso no haya que tenerlo). Así sucedió, por ejemplo, en la aparición de la hermosísima melodía de la trompa en el Andante cantabile de la sinfonía y en todas las intervenciones solistas de Daphnis et Chloé. No obstante, en esta última se produjeron gestos en el escenario que no se llegaron a apreciar en el patio de butacas, al menos donde yo estaba sentado, especialmente en los fortísimos. A ello hay que añadir la acertada diferenciación de paletas que pedía cada partitura y el claro cambio de concepto que se percibió nada más comenzar la segunda parte. En la sinfonía, los metales agudos presentaron una tímbrica con un puntito ácido, que le fue muy bien a la música rusa, y en el ballet se puso atención a los efectos y a las masas sonoras, sin descuidar por ello los pasajes expresivos.
Chailly, siempre con un gesto directorio bajo, hacia la cintura, favoreció la densidad sonora, a la vez que, en la sinfonía, por ejemplo, resaltó con limpieza cada reiteración del tema que unifica la obra. A la magnífica intervención de la trompa, ya citada, le correspondió una bellísima y expansiva reaparición del tema, primero, en los chelos y después a tutti. En el vals contrastó la libertad expresiva de los pasajes bailables con la pericia y el control de los rítmicos y virtuosísticos. Aquí, amarró bien al conjunto. Y, finalmente, el último movimiento, además de solemne, tuvo un marcado carácter de recapitulación, aunque no se escatimó esfuerzo en mostrar los elementos novedosos, más turbulentos. Las grandes ovaciones se las llevaron los solistas de trompa y oboe.

Como hemos dicho, para abordar Daphnis et Chloé se produjo un cambio de escenario sonoro. Los sinuosos arabescos de Nocturne fueron dichos con fruición. El director marcó hasta los detalles más nimios: crótalos, la máquina de viento, pizzicatos, etc. En Interludio ocultó más que mostró, como para no estropear la atmosfera creada. Ya en la segunda suite, la orquesta escalígera alardeó de volátiles maderas en Lever de jour y de tersos y expresivos violines, en los que el director dibujó cualquier inflexión. Por el contrario, los contrabajos se quedaron un poco cortos de volumen al iniciar la ascensión del amanecer y la percusión pecó por exceso al culminarla. La sección Pantomime resultó muy plástica y sugerente en el característico solo de flautas; brillante sección, por cierto. Y, en la tercera parte, un percusionista a la caja, situado en el centro de la orquesta, fue el motor de la pulsación precisa y constante de Dance générale con la que acabó un concierto que se hizo corto. Después del último subidón, esperábamos algún bis.
El alojamiento en Santander para Daniel Martínez ha sido facilitado por el Festival de Santander.