No cabe duda que la Semana Santa es una época propicia para la programación de obras de carácter religioso, y la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria no quiso sustraerse a esa costumbre al ofrecer un concierto con varias obras religiosas de Mozart, entre ellas, el celebérrimo Requiem como atractivo principal, a lo que se suma la batuta de Paul Goodwin, experto conocedor del repertorio del s. XVIII.

Abrió el programa el estreno de In memoriam: Felip Neri del compositor canario Tomás Rivero. Un fuerte golpe de timbal arranca una pieza de corte tonal, elegiaca y evocadora; sutilmente dibujada por la cuerda, se nos presenta una obra de lenguaje amable y factura correcta. No resulta sombría ni especialmente dramática, a pesar de evocar el bombardeo de la Iglesia de San Felipe Neri en Barcelona durante la Guerra Civil española.

Prosigue la velada con el Adagio para cuerdas de Barber, donde Goodwin, sin batuta, recrea esta pieza con un marcado carácter camerístico en la que la cuerda resultó muy empastada y sedosa, con las líneas melódicas muy marcadas y contrastadas, pletórica de intensidad. Fue una excelente ejecución de esta hermosa obra.

Tras estas dos obras de los siglos XX y XXI, entramos en la fase del concierto dedicada al genio de Salzburgo, siendo la primera de ellas una obra juvenil, las Litaniae lauretanae, K109, que sonó ágil, dinámica e incisiva. A esto se sumó la buena participación de los cuatro solistas. El más conocido Ave verum corpus, K618 tuvo una impecable ejecución, tanto por parte de la orquesta, como del coro.

Tras el descanso, pasamos al plato fuerte del concierto, y es que el Requiem, K626 es una de las obras más emblemáticas del catálogo mozartiano, cima de su producción coral y una prueba de fuego tanto para la orquesta, como sobre todo, para el coro.

Tal y como escuchamos en las dos pequeñas obras corales mozartianas de la primera parte, Goodwin dirige según el canon historicista, por lo que ya en el Requiem aeternam percibimos un tempo bastante rápido, vivo e incluso algo seco. Esta agilidad se acentuó más en el Kyrie, donde la habilidad de la batuta acelera el tempo hasta el límite pero manteniendo siempre precisión y control. El dies irae, por su parte, fue ejecutado con pasión e intensidad, llegando incluso a rozar un carácter agresivo.

Los duetos bajo-tenor y soprano-mezzo en el tuba mirum, resultaron especialmente afortunados. La velada continuó con un rex tremendae majestatis realmente explosivo y expresivo, donde el coro se lució con el máximo esplendor. Hermoso el concertante de los cuatro solistas en el Recordare, mientras que el Lacrimosa fue singularmente doliente.

La labor de Luis García Santana como director del coro, fue muy meritoria y la agrupación ofreció, sin duda, una brillante prestación a lo largo de toda la velada. La actuación de los cuatro solistas estuvo acertada, de la que cabría destacar al tenor por su buena proyección vocal.

La orquesta, bajo la batuta de Goodwin, se mostró versátil al abarcar obras de épocas y estilos bastante dispares, con un Mozart ágil, incisivo, detallista y expresivo, en la que la técnica historicista resultó compatible con la pasión y la intensidad, brindando un Requiem de altos vuelos con momentos de brillantez.

En definitiva, tanto la Filarmónica grancanaria como el coro, salieron airosos del reto planteado por el programa de esta noche. Que continúen por este camino.

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