Incluso una prospección superficial dirigida hacia las raíces etimológicas de la fórmula “madrigal” da cuenta de su feracidad significante. En un primer momento, sin examinar todavía el aspecto netamente musical, sería preciso trazar una serie de distinciones a propósito del elemento que, en principio, ofrece la nota característica por antonomasia del género, a saber: la lengua italiana. Inmediatamente a continuación habría de añadirse la aclaración de que dicho puntal no descansa -por lo menos, no de manera directa o inequívoca- en la institución de ningún poder político o jurídico -según atestigua, entre otros argumentos, el carácter secular de los textos musicalizados-. Es decir: la lengua italiana que funda la práctica del madrigal -sin necesidad de hacerse cargo de las disquisiciones concernientes a la prima prattica y la seconda prattica- establece un vínculo con el carmen matricale que confecciona la lengua materna, pero inscribiendo esta última en una tradición posterior a la Roma clásica, cuyo inicio ha de fijarse en la Edad Media y que desplaza el acento eminentemente nacional del sermo patrius hacia la expresividad poética arraigada en la concreción de su contexto cultural. En un segundo momento de este programa analítico, si bien no menos fundamental para la comprensión de la forma compositiva en cuestión, convendría abordar el aspecto musical, que, inevitablemente, solo puede ejercer dos roles con respecto a la letra a través de la cual se articula: o se supedita a aquella, o la relega a un plano secundario.

Pues bien, situar la figura de Carlo Gesualdo en el centro de esta problemática, que geográficamente surge en Italia y cronológicamente abarca la transición entre el siglo XVI y el siglo XVII, es el propósito que alienta el nuevo proyecto de Paul Agnew y los solistas de Les Arts Florissants -las sopranos Miriam Allan y Hannah Morrison, la mezzosoprano Mélodie Ruvio, el tenor Sean Clayton y el bajo Edward Grint, además del propio Agnew en la tesitura de tenor-. Así, con la presente colaboración entre el CNDM y la reputada agrupación barroca se pretende, tras el extenso ciclo monográfico consagrado a Claudio Monteverdi durante el curso pasado, cubrir otro capítulo de la historiografía musical de este periodo, en el que, como va dicho, la contribución de Gesualdo resulta insoslayable.

El concierto de anoche se dividió en dos bloques. Primeramente, a fin de brindar una muestra de la pluralidad escritural contemporánea a Gesualdo, se interpretaron, junto a  tres trabajos del autor -Ne reminiscaris, Domine, Tribulationem et dolorem y Hei mihi domine-, madrigales de Luzzaschi, Monteverdi, Marenzio y Pallavicino. El florilegio, frente a la ulterior consigna de Giulio Cesare Monteverdi en defensa de una supuesta primacía de la palabra sobre su tono -acaso perceptible, siquiera de modo incipiente, en el tríptico Tirsi morir volea, Frenò Tirsi il desio y Così moriro i fortunati amanti-, permitió constatar, siempre merced a la notable labor de Les Arts Florissants, la riqueza armónica de estas piezas, compuestas en muchas ocasiones sobre la base compartida de un mismo poema -Tasso y Guarini-. Es menester encomiar la dirección de Agnew y el desempeño de sus músicos, que lidiaron obstinadamente con una complejidad contrapuntística no menor a la exigida por la afinación de cada nota, y obtuvieron éxito preponderante en la ejecución de las constantes disonancias y cromatismos.

Tras el intermedio, Gesualdo cobró todo el protagonismo con quince de los Madrigali a cinque voci pertenecientes a su Primer libro, publicado en 1594. El conjunto francés llevó a cabo una lectura continua, planteando ramificaciones y recorridos que, en su mayor parte, respondieron con fidelidad reconocible a la diversidad de motivos espigados en aquellas páginas: el amor, el cortejo, la aflicción, la primavera, la naturaleza, etc. El criterio empleado para modular la oscilación en el timbre y los ataques -puntualmente inexactos durante los compases introductorios y los cambios de sección- fue determinante en la exégesis de un repertorio, por lo demás, siempre prolijo y que demanda no únicamente una gran concentración, sino asimismo las dotes técnicas de un elenco vocal altamente capacitado. Tales virtudes se evidenciaron en la actuación inaugural de Les Arts Florissants, cuya segunda aparición, completando el monográfico dedicado a la reivindicación de los madrigales de Gesualdo, tendrá lugar a final de temporada. Entonces podrá mejorarse el resultado de esta incursión iniciática, cuyos numerosos logros, en cualquier caso, justificaron la asistencia al concierto.

***11