¿Qué tendrá la viola da gamba que tanto incita a la mente a volar? Pocos instrumentos acompañan tan bien cualquier tipo de romance, epopeya o égloga como este cordófono cuyo origen algunos investigadores señalan nada menos que en la Corona de Aragón. Alrededor de la época en la que lo intentó Felipe II, esta aragonesa sí conquistó Inglaterra, o más bien a sus compositores, y he ahí el origen del repertorio que nos brindó el pasado miércoles Jordi Savall. Pero, volviendo al tema de hacer volar la mente, no piensen que es algo que afirmo como quien da los buenos días. Nada menos que el bardo inglés, William Shakespeare, se dio también cuenta de este mágico efecto del instrumento y, efectivamente, usó la pieza Harke harke de Tobias Hume en su Cuento de invierno, tal y como nos contaba Savall, que con dedicación y cariño explicó al público las curiosidades de las diferentes piezas que interpretó.

Con todo este contexto épico, uno se pregunta si, tal vez, dentro de unos cuantos siglos no habrá un musicólogo que estudie la leyenda de Jordi Savall. Puede que, si los críticos hacemos bien nuestro trabajo quede constancia de ello y, también es posible que una de esas leyendas, que sin duda irán acompañadas de una bella melodía para viola da gamba, trate de los increíbles hechos acontecidos en la noche del 16 de enero del 2019.

Comenzaría mencionando la facilidad con la que con un ligero movimiento de arco era capaz de producir multitud de sonidos, pareciendo que no había uno, sino varios instrumentistas en la sala que, por efecto de la magia arcana resultaban invisibles para el público. Los contrastes de matices, la variación en cada melodía que se repetía… todo hacía pensar que una sola persona no podría interpretar aquello. También hablaría de cómo, incluso cuando rozaba las cuerdas de la viola en vez de con las cerdas del arco, con la madera, el instrumento emitía un bellísimo sonido.

Sin duda, el punto álgido de la leyenda hablaría del extraño poder de Jordi Savall que, violando todos los preceptos de la ciencia, era capaz de transformar a voluntad su viola da gamba en cualquier otro instrumento. Primero se pudo escuchar en el abarrotado auditorio el sonido del laúd en el que se había transformado súbitamente la viola de Savall al interpretar Whoope doe me no harme y el Coranto de Ferrabosco. Hubo quien osó decir que tan solo se trataba de pizzicatos, que no era nada del otro mundo, pero cuando el violagambista encaró Why not here de Thomas Ford y La Cloche de John Playford, nadie se atrevió entonces a dudar, ¿era acaso posible puntear una melodía con la mano izquierda y responderla con el arco? ¿No por eso mismo habían acusado a Paganini de tener un pacto con el demonio? Pero aún quedaba más: tambores, trompetas y pífanos se escucharon en el campo de batalla que A souldiers resolution trataba de evocar. Pero la parte que más gustó al público fue cuando hizo sonar una gaita en la suite de carácter escocés The Lancashire pipes. Hoy en día, sabemos que aquello no fue leyenda, que él mismo admitió que modificando la posición de las cuerdas (la cuarta en el lugar de la quinta y viceversa), se conseguía emular el efecto del bordón, sin embargo, esto no desmerece la interpretación, más bien al contrario, ya que pone en relieve que pese a la dificultad de interpretar dobles cuerdas con la afinación modificada, Savall es capaz de hacerlo con la misma naturalidad y destreza que el resto de piezas.

Hay incluso quien habla de que lo que vimos los que asistimos a aquel concierto fue un ritual: que The Lancashire pipes y la pieza de la propina, una pequeña suite de la tradición celta americana, sirvieron para invocar nada menos que al legendario William Wallace, de quien decían que era un gigante, y cuya enorme sombra se pudo apreciar por un momento sobre el escenario. ¡Qué ilusos! No saber que aquella no era la sombra del héroe escocés, sino del propio Savall que, por un instante, dejo de ser la silueta del hombre y mostró la grandeza del músico.

*****