El corpus de las tres últimas sonatas de Beethoven es un conjunto de piezas difícilmente inseparable; es sistemático y al mismo tiempo peculiar en cada una de sus inflexiones; es enigmático y a la vez diáfano en su luminosa serenidad final; es asimismo un paso más en el inagotable juego intelectual de Beethoven en su afán de desafiar lo establecido pero también un ejercicio de madurez expresiva. Por ello, no son piezas que se pueden afrontar desde la superficialidad, son obras que tienen dejar el poso y llegar en el momento justo para el intérprete. 

Loading image...
Elisabeth Leonskaja
© Marco Borggreve

Para Elisabeth Leonskaja no es desde luego la primera ocasión en la que se enfrenta a ellas, pero sin duda cada vez que se vuelve a este hito del compositor de Bonn se hace de una manera distinta. Leonskaja interpretó las Sonatas casi sin interrupción entre ellas, apenas un breve saludo entre obra y obra, sin descanso, buscando el hilo que las entreteje. Porque más allá de la variedad del material, las tres mantienen una expresión constante en alguno de sus movimientos que es la de cantabile.

La pianista georgiana comenzó la Sonata op. 109 de forma sutil, sin demasiado énfasis, alejada de toda retórica heroica que en este apartado de la producción beethoviana desaparece. Emergió con claridad la escritura compleja, casi sinfónica, con un fraseo atento a los cambios de expresión, a los silencios. El Prestissimo central sonó con carácter y una digitación ágil, aunque echamos de menos un uso más sobrio del pedal. Pero el más logrado fue el Andante final, justamente cantabile, donde esa lectura meditativa, sin más intención que la de exponer la música sin demostrar nada más, conjugó de manera excepcional la sobriedad estructural con la exquisitez tímbrica. 

La Sonata op. 110 en si bemol se abrió otoñal, buscando un registro discreto, sin sobresaltos, deslizando esos trinos que pergeñan la escritura tardía de Beethoven y que se insertan en un tejido contrapuntístico cada vez más elaborado. El Allegro molto, por contraste, sonó jocoso, pero Leonskaja evitó en todo caso brusquedades, imprimiendo al fraseo una ligereza y un carácter casi de danza. El movimiento final acentúa ese carácter polifónico que emerge con decisión en la Sonata con una fuga que aboca a un profundo dramatismo. En este caso, la veterana pianista no pareció intencionada a trabajar particularmente el perfil contrapuntístico cuanto más bien el efecto que surge del mismo desde un punto de visita sonoro, creciéndose especialmente en los pasajes finales donde fue generosa en las dinámicas de los contundentes acordes. 

Leonaskaja abordó la última sonata del tríptico aumentando el dramatismo en el primer tiempo, sin duda el más logrado entre los movimientos rápidos por su intensidad, velocidad ajustada e interesantes resonancias conseguidas a través de un pedal generoso pero funcional. Por otro lado, la célebre Arietta con variaciones se delineó con la misma calma con la que Leonskaja había comenzado el concierto: el gesto delicado, evitando las asperezas, un fraseo que evitaba toda inercia hacia un aumento despropositado de las dinámicas e incidía en los cambios de inflexión y unas transiciones suaves, mostrando más interés por mostrar la continuidad que entretener a través los aspectos más efectistas.

En suma, Leonskaja propuso una lectura de las tres últimas Sonatas de Beethoven con una marca personal, reflexiva pero robusta, sin aspavientos o añadiduras innecesarias. La intérprete destiló desde el principio una lectura de tempi sosegados, de dinámicas parsimoniosas, con un sonido equilibrado (aunque en algún momento pudo faltar cierta redondez), orientado a resaltar las voces intermedias. Una lectura esencial que brotaba del conocimiento profundo de una vida junto a esas obras.

****1