Beethoven, Stravinsky y Dvořák conformaron el programa que nos ofreció la Bamberger Symphoniker con motivo de su tercera visita a España bajo la batuta de Jakub Hrůša y de la mano de Ibermúsica. Esta orquesta de una pequeña ciudad que no llega a los 80.000 habitantes se ha ganado un puesto de referencia entre las habituales de Ibermúsica gracias a un sonido de gran calidad que intentaremos explicar en las siguientes líneas. El variado programa nos permitirá una perspectiva amplia de los recursos que tanto los músicos como el maestro Jakub Hrůša manejan a la hora de hacer música.

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Jakub Hrůša al frente de la Bamberger Symphoniker
© Rafa Martín | Ibermúsica

Comenzamos con la tercera obertura que Beethoven compuso para su ópera Fidelio, la que mejor funciona de forma independiente debido a su carácter sinfónico y, de alguna manera, autoconclusivo. En este aspecto, Hrůša supo gestionar muy bien tanto los matices como el fraseo para reservar energías para el tutti final al que supo llegar con la fuerza necesaria. Por lo demás, escuchamos un trabajo seccional excelente tanto en las cuerdas como en los vientos, destacando en estos últimos las partes solistas, como el dueto entre la flauta y el fagot.

En el Concierto para violín en re mayor de Stravinsky pudimos seguir escuchando esa orquesta dividida en dos secciones: mientras las cuerdas permanecían muy rítmicas, asegurando así el carácter esencial de la Toccata, escuchamos a unos vientos casi irónicos que marcaron un gran contraste con el violín de Patricia Kopatchinskaja, que sonó intenso y emocional. Esta carga emocional, que visualmente hacía que Kopatchinskaja pareciera que se agarrotaba contra su violín, curvando su espalda y semejando que dirigía todo el peso del cuerpo hacia sus brazos, funcionó bien en las dos Arias. Especialmente en la segunda, en la que su ejecución completamente violinística y, en absoluto vocal, marcó un interesante contraste con los vientos, que mostraron un sonido mucho más cantabile. No obstante, la intensidad le jugó una mala pasada en el Capriccio final, en el que el violín estuvo poco ágil y no pudo competir con el veloz y corto picado del fagot. De nuevo, este exceso de emoción estuvo presente en la cadencia para el concierto que ofreció como propina junto con el concertino de la orquesta, quien la acompañó en los últimos compases. En cualquier caso, fue un divertido ejercicio de imaginación interesante de escuchar. 

Jakub Hrůša y Patricia Kopatchinskaja © Rafa Martín | Ibermúsica
Jakub Hrůša y Patricia Kopatchinskaja
© Rafa Martín | Ibermúsica

Finalmente llegamos a Dvořák y su Sinfonía núm. 8 en sol mayor. La excelente orquestación del checo nos permitió escuchar una gran riqueza de detalles en una orquesta que estuvo soberbia. Del Allegro con brio se debe destacar el fraseo, especialmente en los vientos que supieron imprimir a cada una de sus partes un carácter solista muy marcado, cantando como si fuesen cantantes en un aria. Hrůša estuvo más concentrado en unas cuerdas que mostraron gran cohesión, consiguiendo así la direccionalidad necesaria como sección. En el Adagio, el nivel de detalle fue prácticamente camerístico, destacando los timbres de las maderas y, sobre todo, la parte solista de una flauta que sonó con claridad y la aparente sencillez que solamente un virtuoso puede otorgar. En el Allegretto grazioso, los protagonistas fueron los violines con un timbre brillante y un fraseo muy claro y emocional gracias a una excelente gestión de los matices que ya habíamos visto ejecutar a Hrůša en la Leonora. El maestro checo supo marcar el contraste con el Molto vivace y dirigir la orquesta de forma natural hacia el movimiento final. A la intención de danza que se dejó notar, le faltó quizás un poco más de marcato para haber sido una interpretación absolutamente perfecta.

Un gran repaso a las capacidades de una orquesta que cada vez que regresa a España deja el listón aún más alto. Un servidor está ya deseando descubrir con qué nos sorprenderá la temporada que viene.

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