Si escuchar dirigir a Sir Simon Rattle es ya aliciente suficiente para ir a un concierto, poderlo hacer con la magnífica Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks, de la que detiene la titularidad desde la temporada 2023-2024, incrementa esa motivación; si además el programa es tan redondo con Schumann y Stravinsky, las expectativas se elevan a cotas muy altas. Auditorio Nacional prácticamente lleno y, como se reveló desde las primeras notas, absolutamente extasiado frente a la indudable calidad que se instaló en el escenario.

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Simon Rattle al frente de la BRSO en el Auditorio Nacional
© BR/Astrid Ackermann

La Sinfonía núm. 2 en do mayor op. 61 de Schumann, escrita en un periodo atormentado de su vida, es un acto de resistencia, es una música heroica, fuertemente impregnada por una pulsión rítmica que Rattle destacó con tiempos bastante rápidos, especialmente en proporción con la indicación de la partitura, en el Allegro ma non troppo inicial. Pero la velocidad no fue reñida con la nitidez del fraseo, la limpidez tímbrica y la precisión en las inflexiones. Fue magistral la capacidad de plasmar las tensiones armónicas y resolverlas, con una articulación a la vez elegante y enérgica, así como asombrosa la manera de expresar cada compás con personalidad propia, con matices y humores que se sorprendían en cada recoveco de la frase. El Scherzo fue luminoso, con viento madera bien destacado y brillante y una primacía rítmica rayana lo paroxístico. El Adagio espressivo enfatizó aun más esa calidez del empaste, con una cuerda profunda, que sabe a madera antigua, así como la delicadeza de los solistas de viento, elegiacos sin abandonar el equilibrio formal. Pero sin duda hubo un pasaje de pasmosa belleza, cuando en el pianissimo staccato, con gesto mínimo, Rattle fue capaz de llevarnos al borde del abismo y darnos oxígeno solamente con la entrada de los violonchelos en un suave crescendo que nos devuelve a la vida, para culminar con el movimiento conclusivo, triunfal, de ecos beethovenianos, con el rugido final del timbal. Aquí Rattle se mantuvo en un tempo para nada acelerado, teniendo en cuenta la indicación (Allegro molto vivace), y plasmó el camino hacia el entusiasmo con robustez y explosividad a la vez que con un fino degradado tímbrico y dinámico. 

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La BRSO y Simon Rattle
© BR/Astrid Ackermann

Para la segunda parte, la BRSO desplegó todos sus efectivos, pero aquello era algo más que una orquesta. Imagínense una criatura mitológica, un pianista de cien dedos, con total independencia de cada uno de ellos: pues a esto se asemejó la formación bávara con El pájaro de fuego entre sus manos. El cuento y la forma de ballet son un pretexto para el compositor ruso con el que crear un universo que cobra vida a través de la emisión sonora. Y en tal sentido, Rattle y la BRSO con su capacidad de conjugar registros y potenciarlos al máximo, aspiraron a la totalidad de dicho universo: desde el misterio de los números iniciales, a la plasticidad de la cuerda en la aparición del pájaro o de las trece princesas, y como no, el frenesí de las danzas y el atronador uso de la masa orquestal en momentos como la aparición de Koschei y la danza infernal. Superlativa toda la orquesta con especial mención a un metal capaz de plasmar un sonido que no se escucha a menudo, feroz a la vez que estentóreo.

La BRSO es una de las mejores formaciones a nivel mundial y sin duda ha encontrado en Rattle a un director solidísimo y también inquieto y curioso, capaz de sacar lo mejor de cada formación con una vitalidad que rompe moldes y regala emociones. La velada de anoche fue una rutilante demonstración de ello por un sonido que no será fácil de olvidar. 

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