Con el comienzo de Adviento, Ibermúsica nos brindó un concierto de música principalmente religiosa, totalmente italiana –casi napolitana–, del barroco tardío. Ya estas coordenadas nos devuelven a un clima templado, al sol de invierno que infunde calma, a la hondura de la música de sentimiento religioso pero profundamente humana, que solamente se puede encontrar en las latitudes de autores como Scarlatti, Leo o Pergolesi. Emmanuelle Haïm al frente de Le Concert d’Astrée y los magníficos solistas Emőke Baráth y Carlo Vistoli, nos llevaron por estas dimensiones junto con piezas instrumentales de Durante y Locatelli.

Carlo Vistoli, Emőke Baráth, Emmanuelle Haïm y Le Concert d'Astrée © A. Bofill | Ibermúsica
Carlo Vistoli, Emőke Baráth, Emmanuelle Haïm y Le Concert d'Astrée
© A. Bofill | Ibermúsica

El programa, construido sobre tres tonalidades, de la mayor a fa menor, pasando por fa mayor, buscaba dotar de una unidad estructural no solamente las piezas, sino la relación entre ellas. El concierto se abría, pues, con el Concierto a cuatro para cuerda en la mayor de Durante, que sirvió para ir paladeando el sonido de la formación francesa, su equilibrio luminoso bien desgranado, así como la adaptación al espacio de la Sala Sinfónica, en verdad algo amplio para una formación reducida a 3 violines primeros, 3 violines segundos, 3 violas, 2 violonchelos, contrabajo, laúd y órgano.

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Emmanuelle Haïm
© A. Bofill | Ibermúsica

Carlo Vistoli se sumó para el Salve Regina de Domenico Scarlatti, escrito en su último año de vida. El contratenor italiano demostró desde el principio un dominio eminente del medio vocal, con un fraseo refinado, una emisión bien articulada, y sostenido con elegancia por la cuerda. En todo momento, el virtuosismo, que lo hay en ciertos pasajes, estuvo sometido a la mesura y a un dramatismo que nunca fue exagerado. Sin duda, fue ejemplar el equilibrio entre refinamiento y sinceridad, gracias a la pulcritud en la afinación conjugada con la expresividad en la dicción, demostrando la buena entente entre solista y conjunto. El Salve Regina en fa mayor de Leonardo Leo, que contó con la soprano húngara, Emőke Baráth, se presenta como una obra más galante, casi clásica, por su abandono del contrapunto más complejo. Baráth brilló con elegancia, con agudos bien asentados, mientras que Haïm acompañó con precisión, sin renunciar a los oportunos toques de color.

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Carlo Vistoli y Emőke Baráth
© A. Bofill | Ibemúsica

La segunda parte del concierto transitó a ese fa menor dramático, solemne a la vez que cercano: la Sinfonía fúnebre D.2.2 de Locatelli es un ejemplo del radical uso de las disonancias que ya se hacía en el barroco y que Haïm planteó con una pulsión rítmica marcada, sonoridades secas y una tensión armónica ampliamente trazada, casi como un preludio instrumental al plato fuerte del concierto, esto es, el Stabat Mater de Pergolesi. La plegaria asume el tono meditativo a la vez que dramático de una madre que contempla al hijo morir. La música de Pergolesi se tiñe de cromatismo, se construye con muchos pasajes homofónicos y una polifonía sencilla pero eficaz. Haïm no ahondó demasiado en los contrastes, prefiriendo una lectura sobria, con tempi bastante ágiles, y una amplia gama dinámica construida con gradualidad. Fueron especialmente conmovedores el dúo inicial, el O Quam tristis y el Quando corpus morietur. Se confirmaron las dotes de los solistas, bien empastadas entre ellas; especialmente encomiable Vistoli con el complicado registro medio para un contratenor, así como Baráth, que destacó con la tersura plena de las notas largas. Una interpretación no ensimismada, rigurosa en el planteamiento, rica de detalles y cuajada de gestos de buen hacer.

Tras el Amen final, Haïm quiso agradecer la calurosa acogida con dos encores handelianos, de La Resurrezione y de Esther, clausurando simbólicamente el concierto con la vuelta a la vida, al dramatismo temperado por una mirada que acoge y envuelve lo humano a la vez que lo transciende.

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