La directora francesa Emmanuellle Haïm se ha presentado por primera vez con Ibermúsica en Madrid. Junto a su grupo, Le Concert d’Astrée, interpretó un programa barroco protagonizado por la música de Bach y Handel. El tema central fue la danza como justificación para una composición musical, la suite, que sirvió para que Francia ocupara un papel protagonista en el arte de las musas. Emmanuel Haïm se formó en el dominio del piano, del clave y el órgano para después llegar a la dirección de orquesta, vocación que le animó a crear el conjunto orquestal que la acompañaba sobre el escenario. Con ella ha sido reconocida por su afán investigador de nuevos repertorios y ha grabado una discografía muy representativa del Renacimiento y Barroco musical.
En el escenario, los instrumentos y las técnicas de interpretación se mantuvieron fieles a la partitura y la época: el clave como columna vertebral dividía las cuerdas en violines y violas por un lado, y chelos y contrabajos por otro. A su lado, el imprescindible laúd lo acompañaba en su despliegue de acordes y arpegios, mientras que a su espalda, los vientos, y en especial, las trompetas y trompas, cornos, revestían de brillantez los sonidos que, hace tiempo, compusieran Handel y Bach. Visualmente, la estampa reproducía un cuadro preciso de las formaciones del XVII.
Sonó primero una de las piezas que conforman la Música acuática de Handel, la Suite en re que gustó tanto en la corte inglesa y de la que había recibido el encargo. Una obra de cánones marcados por el imperante estilo que había iniciado el francés Lully y que en el escenario madrileño tuvo un efecto evocador e introdujo al público en la Inglaterra del XVII. Fue interpretada con maestría aunque se echó en falta soltura en dinámicas y tiempos. Atemperó el ambiente entre la orquesta la segunda pieza, con la que, entones sí, resplandeció. La Suite orquestal núm. 3 de Johann Sebastian Bach es una obra que, posiblemente, esté grabada en el imaginario musical occidental. Fue entonces cuando la música se hizo presente en toda su esencia y se convirtió en vehículo de una exquisita expresividad, momento que llegó a su máximo esplendor cuando se acometió el “Air” y que sirvió para apreciar, por un lado, la elegancia del conjunto y, por otro, el sutil pero efectivo trabajo de su batuta.