Hay una línea, sutil y problemática, que une dramatismo y mística y que constituye el eje de toda ritualidad. El rito es la espiritualidad puesta en acto, explicitada y recogida bajo una determinada forma, ya sea poética, plástica o musical. El Réquiem de Mozart es un rito, que propone Currentzis, místico y teatral al mismo tiempo, en el que no se renuncia a la maestría del compositor salzburgués a la hora de construir escenas de gran impacto emocional sin restar un ápice de la espiritualidad de la partitura. Abrumador rozando el paroxismo, cercano a lo histriónico, Currentzis dirige casi desde dentro de la orquesta, sin tarima, sin batuta, sin red de seguridad.
Si el plato fuerte era la inacaba misa de difuntos del genio austriaco, no menos enjundiosa era la primera parte con el Concierto en do menor para piano y orquesta núm. 24, K491, con Olga Pashchenko al fortepiano. Este concierto mantiene una afinidad con el Réquiem por su tono sombrío y dramático, además que por la riqueza de su escritura en términos tímbricos y contrapuntísticos. El hecho de usar un fortepiano (inevitablemente amplificado), en vez de un piano moderno, determinó en gran medida el resultado, dando una lectura marcada por una extraordinaria capacidad de Pashchenko para plasmar la escansión rítmica interna de la obra, sin concesiones ni excesos líricos. Currentzis acompañó sin renunciar a su ímpetu, mas alcanzando un equilibrio intenso pero controlado. Especialmente interesante el segundo movimiento con un fraseo rico de ornamentos por parte de Pashchenko y una cuerda bien tamizada, así como el final, con una complicidad notable entre solista, formación y director, arrollador tímbrica y rítmicamente.
Sobre el Réquiem de Mozart, toda introducción sería a la vez superflua e insuficiente. Por su simbolismo, su misterio y su belleza se han vertido ríos de tinta, se han grabado decenas de versiones y rara vez falta en la programación de las salas por lo menos una vez al año. Y aun así, la versión de Currentzis constituye algo inédito. Arriesgado en los tempi, vivaces hasta el límite, contundente en los contrastes dinámicos, el director griego nos inmerge desde el principio en un clima de angustia y aprehensión. Desde un punto de vista sonoro, Currentzis no escatima en medios, con el metal y los timpani es generoso hasta el umbral del exabrupto. Cada entrada es un arrebato, un revulsivo contra todo apaciguamiento, cada nota de los fugati desvela la profundidad de una escritura polifónica que nos sumerge en el vórtice de la dramaturgia, cada variación dinámica refleja un control absoluto de la orquesta. MusicAeterna y su director ofrecen sus cualidades más espectaculares en los momentos más concitados, con ese fraseo corto, eléctrico, capaz de mutar dirección en el arco del compás, como en el Kyrie, el Dies irae o el Confutatis. Pero también son capaces de recrear atmósferas de una limpidez única y diáfana como en el Tuba mirum o en el Hostias, gracias también a unos solistas impecables y máximamente involucrados en el tejido musical. Apabullante el uso de instrumentos de época, que rehúyen de toda sonoridad amanerada y “de época”, para plasmar una tímbrica atemporal como en un lunar Lacrimosa, así como ese equilibrio estructural que cobró sentido según se acercaba el final de la obra, retomando el material inicial y sabiéndole añadir un punto de tensión y expectación.

Se podría objetar que la forma de Currentzis de dibujar la obra obedece a una búsqueda por el efecto y por la provocación a causa de su manera de proponerse que es todo, menos discreta. Sin embargo, sus pautas responden a una lógica inapelable: cada gesto, cada inflexión y cada matiz responden a poner de relieve las conexiones internas de la escritura, pero a diferencia de una lectura más sutil, no se dejan entrever, sino que más bien nos atraviesan y nos obligan a prestarles atención para luego reconstruir la obra a través de esos elementos incesantes. Esto es el núcleo genuino de todo dramatismo, es la energía del rito, capaz de traernos en lo efímero de lo que dura una obra, lo inexpresable de la eternidad.