Asistimos con la Orquesta Nacional de España a dos obras que evidencian de manera ejemplar toda la riqueza de contrastes y a otra que, por lo contrario, supone un vuelco de perspectiva, una visión estática, opuesta a la necesidad de discernir cada singularidad, intencionadamente nebulosa y antidialéctica. Hablamos de Mozart y Prokofiev en los dos primeros casos y de Ligeti en el segundo: un programa heterogéneo que contó además con la excelente Janine Jansen.
Ramifications, de Ligeti, convocó a unos pocos miembros de la sección de cuerda; la pieza se desarrolla según una lógica de falta de articulación, sin acentos, sin distinción entre las voces, plasmando un sonido que penetra en el oído y que tiende a escabullirse para refugiarse en el silencio. Afkham guió a los solistas con discreción, atento sobre todo a mantener un tiempo riguroso y sin perder un toque de transparencia que permitió una lectura de perfil claro, sin más efectismo que el ya contenido en la partitura. Lo único que se echó en falta fue una mayor atención por parte del público, que con toses y ruidos de varia índole, mancharon una ejecución muy meritoria.
La violinista holandesa se sumó para el Concierto para violín y orquesta núm. 5, de Mozart e imprimió su personalidad en cuanto atacó su parte. Jansen no tiene un sonido especialmente amplio, motivo por el que contrastó con la entusiasmada lectura de Afkham al frente de un grupo más bien nutrido. Sin embargo, la calidez, la expresividad y la seguridad con las que la solista afrontó todos los pasajes se encauzaron hacia un discurso elegante mas no superficial, bien orientado hacia los momentos salientes. Así mismo, el Adagio central con su abanico de variaciones se construyó con atención a los matices, con un grupo instrumental más sutil y refrenado, y una solista capaz de conjugar sapientemente la divagación melódica con un agógica acertada en todas las filigranas que Mozart ofrece. Por otro lado, en el Finale, Afkham reclamó visiblemente más energía a la sección de cuerda, y Jansen robusteció su volumen y se supo insertar atinadamente en el diálogo con la orquesta. Los célebres pasajes “a la turca” elevaron la intensidad de la ONE, mientras que Jansen acentuó esa brillantez con un fraseo corto y bien marcado rítmicamente. En general, fue una interpretación de carácter, generosa en su planteamiento y a la que únicamente se puede achacar algunos excesos por parte de Afkham.
Tras el descanso, una ONE al completo y lista para los destellos de la Quinta sinfonía de Prokofiev, demostró desde los compases iniciales un empaste tímbrico que reflejaba perfectamente la estética del compositor soviético durante esos años: un sonido aterciopelado y compacto pero listo para tornarse áspero, un color capaz de variar de un tono álgido a uno más grotesco en el arco de una frase. Lo que Afkham logró plasmar desde el primer movimiento fue un equilibrio notable entre la potencia monumental que exige la partitura y una cierta luminosidad que nunca se ha de perder, gracias especialmente al impecable trabajo del viento madera. Otro aspecto a destacar es el gran control de las dinámicas, con una gama realmente amplia y modulada sin incongruencias. A partir del segundo movimiento, pudimos asistir a un engranaje perfecto, un motor de acero, en el que cada pieza se ajustaba al milímetro a una pulsión que no cesa y que se hace cada vez más apremiante. En este incesante vaivén de las células rítmicas, brilló particularmente la sección de percusión, aunque no hay que olvidar el excelente trabajo de la cuerda, capaz de elevarse en acrobacias melódicas. Por otro lado, el Adagio sonó como un nocturno, acompasado y leve, sin recargarse de dramatismo innecesario, con unas texturas suaves aun sin perder su abundante caudal. Surgiendo de este entramado, el movimiento conclusivo fue elevando el ritmo hasta volverse la maquinaría bien engrasada que escuchamos en los movimientos iniciales, con gran virtuosismo de todas las secciones, y rematando una ejecución magnífica, de gran efecto y a la vez de dominio profundo de la escritura.
Aun con mayor brillantez en el repertorio tardo romántico y del siglo XX que en los clásicos, Afkham reveló una vez más el excelente trabajo con la ONE. Por su parte, la magistral labor de Jansen dio lugar a un Mozart vital y enérgico, que no desmereció en absoluto en una de las últimas citas de esta temporada.