Sesenta años separan las piezas del programa propuesto para el 23º concierto de la temporada de la Orquesta Nacional de España dirigido por Jordi Francés. Sesenta años de un riquísimo debate artístico en el que los mismos cimientos de la música se sacuden para dar lugar a nuevos sonidos, nuevas ideas y nuevas formas de crear arte. Es un momento vibrante para la historia de la música en el que vemos cómo las distintas doctrinas artísticas se retroalimentan unas a otras.

Jordi Francés © Rafa Martín | OCNE
Jordi Francés
© Rafa Martín | OCNE

Tal es el caso de la primera de las obras que escuchamos: El sueño de Eros, un poema sinfónico de Óscar Esplá inspirado en la narrativa Gabriel Miró. Y, como si de un novelista se tratara, Esplá nos presenta distintas escenas. La base para construir éstas comienza por una cuerda extraordinariamente compacta. Un aspecto en el que tanto la Orquesta Nacional de España como Jordi Francés han mejorado hasta lograr un sonido extremadamente refinado. Sobre esa base juguetean unos brillantes, oníricos, delicadísimos timbres entre los que destacan la flauta y el oboe y su capacidad de emitir un sonido prácticamente vaporoso que se eleva sobre el auditorio. El sueño de Eros crea una atmósfera completamente onírica en la que ya se vislumbra al gran protagonista de la noche: los instrumentos de viento-madera.

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Francés y los solistas de la ONE Sotorres, Ánchel, Jorge, Matamoros, Delgado, Abargues y Balaguer
© Rafa Martín | OCNE

El Concierto para siete instrumentos de viento de Frank Martin es peculiar en cuanto al elevado número de solistas, pero no tanto en cuanto a la forma, lo que hace de esta obra un cruce de caminos entre la tradición y la modernidad, uno de tantos ejemplos de este periodo de la posguerra europea anterior a que el sesentayochismo apartase definitivamente la tradición del arte. Quizás por ello está más en sintonía con sus predecesores, con los que comparte programa, que con la música actual. La instrumentación de Frank Martin nos permite apreciar muchos detalles de la exquisita plantilla de vientos de la Orquesta Nacional de España: me gustó mucho la personalidad que Javier Balaguer imprimió al clarinete en el Allegro, o el binomio formado por un fagot más rítmico frente a una flauta, y luego un oboe, más cantarines, pero que se engarzaron perfectamente como dos bailarines sobre un escenario. En el segundo movimiento, la fuerza controlada de los metales y el característico timbre de la trompeta con sordina nos ofrecieron un matiz irónico a la vez que contrastante con los pizzicati de unas cuerdas, nuevamente en perfecta sincronía. Del tercer movimiento destaca el uso de la percusión para preparar un final para el que Jordi Francés había reservado un último punto de forte, pudiendo así sorprendernos en ese cénit.

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Jordi Francés al frente de la Orquesta Nacional de España
© Rafa Martín | OCNE

La segunda parte, dedicada a la Sinfonía núm. 8 de Dvořák fue la consagración definitiva de estos vientos. Brillante Álvaro Octavio con sus solos de flauta. Me encantó el contraste en el oboe entre las melodías delicadas y ese final potente y solemne. En el Adagio el clarinete supo engendrar una melodía que fue fluyendo por las distintas secciones de la orquesta de una forma absolutamente orgánica, como una brisa, una respiración conjunta de la orquesta. Excelente también Francés en la ejecución de los “puentes” entre las distintas partes de este movimiento, especialmente el que intercala los precisos y cortantes acordes de la cuerda con una melodía muy rítmica de flautas y oboes que sonaron como cornetas con gran aire de solemnidad y pasión. Contrastó la intensidad que imprimió Francés al Adagio con la ligereza del Allegretto grazioso, para luego volver a un Allegro ma non tropo que no pude sentirlo tan especial. Quizás fuese por culpa de ese maravilloso Adagio, tan digno de recuerdo. En cualquier caso, que uno mismo se haga sombra no debe ser tan grave.

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