Hay conciertos a los que uno va por el programa, y otros a los que uno va por sus intérpretes. No tiene esto nada de extraño, después de todo, son muchos los solistas que apuran hasta la última semana, cuando todas las entradas están ya vendidas, para anunciar qué es lo que van a interpretar. Y compramos estos conciertos sin saber muy bien si vamos a escuchar a Scriabin, a Rameau, a Bach o a Debussy, amparados por la solvencia de los grandes pianistas que nos visitan. Y luego están los conciertos a los que uno acude por la obra, ya sea está la Novena de Beethoven, las Variaciones Goldberg, o la tremenda integral de los preludios y fugas de Shostakovich, que es el caso. 

Aquí se ha dado la feliz conjunción de un concierto en que ambos supuestos, obra e intérprete, se encuentran en la cima de sus habilidades. A Yulianna Avdeeva ya la conocemos, y a base de acudir a sus recitales en esta y otras salas, hemos aprendido que sus programas gozan de un componente narrativo incontestable. No programa por complacer con obras llamativas, sino que sus intervenciones se construyen con piezas o conjuntos que se proyectan en el desarrollo, creando un discurso expresivo coherente y consolidado.

Yulianna Avdeeva en el Teatro Fernando de Rojas © Círculo de Bellas Artes
Yulianna Avdeeva en el Teatro Fernando de Rojas
© Círculo de Bellas Artes

Por eso resultaba un reto interpretar la integral de los 24 preludios y fugas, op. 87 de Shostakovich. No parece haber evidencia de que el compositor pretendiese que el ciclo se interpretara completo y seguido; efectivamente, aunque posee una clara unidad conceptual y estructural, siempre se ha asumido con naturalidad una interpretación parcial, así como ocurre con El clave bien temperado de Bach. Es lógico considerar que una interpretación selectiva, en compañía de obras de otros autores, individualiza y destaca cada pieza por su mero contraste con las demás; mientras que una interpretación íntegra se centra en una lectura cíclica coherente, donde las simetrías tonales y los contrastes de tempo conducen el discurso.

Entonces, ante el reto de escoger qué preferimos, la respuesta está en el concierto de Avdeeva, porque se trata de una artista que nos ha permitido asumir el contenido individual de cada pieza, sin dar la opción de despistarse en detalles accesorios o de perder la conexión con la música. Más bien, ha procurado, y con éxito, mantener en vilo la atención del oyente desde el inicio del ciclo hasta el cierre definitivo en esa majestuosa, densa y solemne fuga final que pone fin a un concierto de casi tres horas.

Apenas una tos, un movimiento o un gesto abrupto se percibió en el auditorio; al contrario, Avdeeva fue capaz de proceder a una interpretación tan calibrada y contrastante que, aún reconociendo los más avezados el lenguaje de Shostakovich, cada número gozó de su propia personalidad. Así hubo momentos cordiales, inquietantes, sombríos, irónicos, austeros, robustos; y Avdeeva supo zarandear a la audiencia con un cúmulo interminable de emociones dispares, con la solvencia de una técnica a la que poco o nada se le resistió. No hay más opción aparte que aplaudir y reconocer la capacidad de su sonido para emitir emociones tan distintas como las que se proponen en esta obra monumental, así como su habilidad para abordar una partitura que requiere una lucidez prolongada inhabitual.

Por supuesto, cabe mencionar sus destrezas contrapuntísticas, pues, después de todo, toda fuga las requiere. Merece una referencia especial la facilidad con la que nos permitió admirar las líneas de la composición, sin exigir del oyente un esfuerzo particular que, generalmente, resulta agotador. Un dominio de la polifonía, por tanto, inimitable.

Avdeeva ha culminado en Madrid su gira por nueve ciudades de esta magnífica obra con un recital que, a priori, podía dar la impresión de arriesgado o incómodo para el oyente no acostumbrado a las grandes integrales. Sin duda, un reto para cualquier pianista que no haya asumido una rutina de preparación sobresaliente y una concepción artística de la ejecución musical; y precisamente por eso, la interpretación de Avdeeva comunicó como un acto de lucidez y respeto por la arquitectura de la obra, y no como una mera exhibición de resistencia y maestría.

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