El Teatro Real prosigue con una temporada llena de estrellas y aciertos. En esta ocasión no reconoceremos grandísimos nombres de la lírica internacional en su único reparto, pero la propuesta resulta en un pleno ganador con un reparto más que notable, una puesta en escena profundamente desgarradora y una batuta impecable.

Loading image...
Eugene Oneguin con dirección musical de Gustavo Gimeno y escena de Cristof Loy
© Javier del Real | Teatro Real

Christof Loy reestructura la obra, originalmente en tres actos, consolidándolos en dos partes bien diferenciadas. La escena del duelo funciona como una bisagra dramática que separa dos mundos en contraste. En el primero rige el contexto social, las convenciones analizadas de manera crítica a través de unos personajes que se despliegan de manera epidérmica, rodeados de una escena ornamentada y bulliciosa, en la que, sin embargo, con sabiduría, asoman los elementos pulsionales que están por venir. El duelo y su traumático desenlace lo cambian todo. Como un paso abrupto de la niñez a la edad adulta, la escena se transforma entonces en un espacio en blanco en el que los personajes se muestran a través de su mundo interior: alucinaciones, sueños, inconsciente y pulsiones desatadas se despliegan con pericia estática y dramática, manteniendo en continua tensión —cuesta hasta parpadear— y otorgando además un renovado sentido a toda la primera parte. Si la parte inicial se recrea en el acaramelamiento de la seducción, la segunda es un recorrido desnudo por diferentes facetas de la pulsión y el deseo.

Loading image...
Iurii Samoilov (Eugenio Oneguin), Kristina Mkhitaryan (Tatiana) y Elena Zilio (Filipievna)
© Javier del Real | Teatro Real

El torrente emocional que emana de la escena no hubiera sido posible sin un reparto redondo. Excelentes todos ellos, cada uno con sus particularidades. Un aplauso sin paliativos para Iurii Samoilov que, como protagonista, refleja mejor que nadie la dualidad de la obra en su viaje de niñato malcriado al inicio a la expresión pura de pasión torturada. Tiene potencia, un bello timbre y una elegante línea de canto que adapta sabiamente a las necesidades dramáticas del momento. La Tatiana de Kristina Mkhitaryan realizó solvente su icónica escena de la carta, apoyada sobre todo en un buen tercio alto y habilidades actorales. No fue, sin embargo, hasta la escena final donde mostró el control de todo el registro, proporcionando una actuación memorable en su dúo con Onegin.

Loading image...
Kristina Mkhitaryan (Tatiana)
© Javier del Real | Teatro Real

El Lensky de Bogdan Volkov evidenció límites de proyección en el bullicio de las escenas iniciales, pero en la intimidad de su momento cumbre antes del duelo, haciendo un exquisito y magistral uso de la media voz, proporcionó el momento más conmovedor de toda la velada. De esos en los que, a pesar de las ganas, uno no se atreve a aplaudir por temor a romper la magia. No se quedó atrás el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev como Príncipe Gremin con su aria de amor: magnífica emisión, que sedujo a través de la calidez de su color y de la elegancia del fraseo. El resto del reparto, y muy especialmente el coro, proporcionaron un acompañamiento sólido y energético.

Loading image...
B. Volkov (Lenski), I. Samoilov (Oneguin), K. Mkhitaryan (Tatiana), F. Jost (Capitán) y bailarines
© Javier del Real | Teatro Real

Y en el foso, una gran actuación del maestro Gimeno. Fue capaz de sacar la mejor calidad del sonido de la orquesta —las cuerdas, muy especialmente, en estado de gracia—. La lectura fue precisa pero llena de esa vida emocional que la trama dramática necesita. Energía de alto voltaje pero transparente en las grandes escenas de baile y una base de fraseo sinuoso que evoca tanto a Rusia como al devenir de la acción. Esperemos que sea tan solo una muestra de lo que esté por venir a partir de la próxima temporada, cuando asuma el mando titular de la orquesta del teatro.

*****