Usando como hilo argumental (algo confuso, hay que decir) una selección de obras inspiradas en comedias y dramas de Shakespeare compuestos a lo largo de los siglos XVII y XVIII, Les Talens Lyriques y Maria Grazia Schiavo ofrecieron un recital conmemorativo en el Teatro Real que caminaba entre la fogosidad contagiosa de H. Purcell y el claroscuro difuso G. A. Benda, con alguna parada intermedia de indudable trascendencia (Giulio Cesare in Egitto) pero de irregular rendimiento.
Empezando por lo mejor, Les Talens Lyriques fue, y sigue siendo, una formación excepcional. Su principal baza no es el empaste (que lo tiene) o la tímbrica (que la trabaja), sino su discurso expresivo y su capacidad para transmitir a su sonido dinámicas complejas que subrayan los affetti barrocos. Tanto en Purcell como en Handel, Veracini, Graun o Benda, el grupo de Rousset dio una envoltura exquisita a la voz de Schiavo, con unos ataques intensos pero sin avasallamientos y una claridad expositiva de primer orden. Con todo, sus mejores momentos llegaron cuando pudo rendir sin la servidumbre de la voz (como en la obertura de Giulio Cesare in Egitto), donde se pudo desatar el volumen (hasta entonces comedido para no afectar a la soprano) y se reivindicó ese maravilloso color de la orquesta handeliana que tan pocas veces se consigue bien, con plasticidad en las texturas, enorme vuelo lírico y una planificación dinámica digna. Si bien la orquesta estuvo especialmente acertada en Handel, el carácter danzable que aplicó Rousset a Purcell llenó de nuevas luces una partitura que se mueve difícilmente entre fronteras: la del sentido del ritmo francés, la de la percepción melódica italiana y la de la articulación prosódica inglesa... Ya en la segunda parte su rendimiento había de ser por fuerza más discreto, porque la música de Graun y de Benda se defiende bien a nivel emotivo pero da para muchos menos fuegos de artificio.