El denominado género chico, zarzuela de corta duración y temáticas que abordaban asuntos cotidianos, es un género muy complejo de abordar. En primer lugar, porque es un fenómeno muy propio de su época: el pórtico de la modernidad. Es una España que deja de ser imperio, que ya no mira a ultramar, sino a sí misma. Un pueblo que intenta ser moderno sin abandonar la tradición, mientras ideologías como el socialismo y el anarquismo intentan provocar cambios en la sociedad, como bien refleja el personaje de Wamba. Un mundo que el ferrocarril hacía cada vez más pequeño. Una realidad en constante cambio expresada de forma satírica. ¡Casi nada!
La penúltima producción del Teatro de la Zarzuela coloca sobre el escenario dos de las zarzuelas de género chico más famosas: El bateo, de Federico Chueca y La revoltosa de Ruperto Chapí. El género chico es, además, prácticamente folklore madrileño y, puesto que Madrid es una urbe, podríamos denominar que es un fenómeno ya de música urbana. Es decir, es más cercano a un concierto de Rosalía o C Tangana, que a una ópera de Puccini, por mucho que coincida temporalmente con éstas últimas.
Por tanto, es un error tratar de igualar La revoltosa a La bohème o El bateo a Pan y toros, la producción que también dirigió Juan Echanove la pasada temporada 22/23. El bateo y La revoltosa son zarzuelas populares, y la escena no lo fue en absoluto. Ni la coreografía, ni el vestuario, ni el movimiento de unos actores excesivamente rígidos, ni la distribución absolutamente caótica sobre el escenario. De hecho, podría decirse que la propuesta de Echanove es una sátira de lo popular, como alguien que jamás ha salido de El Viso y Salamanca cree que debe ser Villaverde, una suerte de despotismo ilustrado que es absolutamente opuesto al sentir de finales del XIX y a la estética del verismo. Ambas zarzuelas se perciben falsas e impostadas en lo que supone un fracaso escénico sin ambages.
Un problema similar se da en lo musical, aunque en este caso es más discutible. El coro, principal protagonista de El bateo es demasiado amplio y pesado. Antonio Fauró debería haber metido la tijera a su plantilla y diseñar unas líneas más ágiles y livianas —más populares—, lo que también hubiera ayudado a quitar “ruido visual” del escenario. Sin embargo, he de admitir que logró un buen equilibrio vocal y nos dejó momentos muy agradables como el "Popurrí de organilleros" que interpretó la sección femenina del coro. Fue un placer volver a escuchar a Óliver Díaz en el foso del Teatro de la Zarzuela. Aunque comenzó un tanto dubitativo con los tempi, fue capaz de ofrecer unas líneas melódicas repletas de detalles y exuberantes en cuanto a las dinámicas.