Las tablas del Teatro de la Zarzuela han visto pasar lo más selecto del repertorio liederístico en sus 29 temporadas, por lo que un debut como el Konstantin Krimmel, justamente de 29 años, era motivo de especial interés, presentando además un programa sumamente meditado y emblemático en torno a dos autores como Schumann y Wolf, y acompañado por un pianista como Ammiel Bushakevitz. Un programa justamente encarrilado sobre un eje bien preciso, ajeno a las distracciones que a veces acontecen en los recitales de presentación que demasiado quieren abarcar.

El pianista Ammiel Bushakevitz y el barítono Konstantin Krimmel en el Teatro de la Zarzuela
© Rafa Martín | Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM)

Es conveniente, por tanto, concentrarnos en el carácter novedoso del intérprete, aunque sin duda Krimmel posee ya rasgos de madurez en su forma proponerse ante este género. Puede que su voz tenga aún que evolucionar, así como su oficio contiene todavía un importante potencial, pero este barítono tiene ante todo la inteligencia a la hora de concebir un programa que permite mostrar diversos registros de su voz, y sobre todo que se puede pensar como un todo, con coherencia e integridad, revelando las conexiones íntimas de los autores y también jugando con ciertos paralelismos de los textos. Desde el principio quedó patente que las intenciones de Krimmel son sumamente serias, de reverencial respeto, y ello sumerge al oyente en un clima de concentración e implicación.

La voz de Krimmel es la de un barítono que se mueve con desenvoltura también en las notas más altas de su registro sin perder nitidez, siendo más bien en el registro más bajo donde tuvo algún ligero problema de emisión al principio de la velada. No carece de agilidad y busca siempre la limpidez, inclusive en la dicción, probablemente para sacar el máximo provecho a una voz que es de cariz más bien ligero, a veces un poco áspera, aunque este es un aspecto que tiene ver en parte con la edad. Pero tal vez lo más interesante que vimos fue la forma de conjugar la línea vocal que requiere Schumann y la que exige Wolf. Por un lado, la canción más lírica y evocativa, teñida de una cierta melancolía, de Schumann, o incluso más histriónica como en Verratene Liebe o Frühlingsnacht, y por otro lado, la expresividad meditabunda de Wolf, más cercana a un canto declamado, a una reflexión que se apoya en la música, como si esta fuera el espejo en el que el sujeto narrador puede llegar a entenderse. Y en tal sentido, el trabajo que hizo Krimmel sobre Wolf fue de lo más interesante: a pesar de que la línea vocal de estos lieder no se requiere de un gran virtuosismo, sí que se exige al intérprete que cada palabra, cada sílaba, esté bien ponderada, plena de sentido. No hay red, ni florituras que puedan enmascarar una lectura aproximativa. Este sin duda es un punto de fuerza del cantante alemán, que se vio reflejado no solo en Wolf, sino también en algunos de los lieder schumannianos como MuttertraumZwielicht o Der Einsiedler. En estas páginas más interiores, también pudimos apreciar su capacidad de redondear las notas y trabajar con solidez sobre un registro más grave, por lo que también los medios técnicos se beneficiaron.

Ammiel Bushakevitz y Konstantin Krimmel
© Rafa Martín | Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM)

Y sin duda las capacidades vocales de Krimmel estuvieron bien sostenidas por Bushakevitz: pianista atento a la conducción del compañero, pero con personalidad y criterio a la hora de moldear los estilos de acompañamiento, acorde al repertorio. Más vivaz con el primer Schumann, denso y casi sinfónico con Wolf, robusto y complejo en los Liederkreis, sin duda fue más que un complemento, gozando del merecido espacio también entre los aplausos del público.

En suma, fue un recital no solamente prometedor en relación al talento de Krimmel, ya que este barítono tiene parte de su potencial manifiestamente desplegado, sino un dechado de buenas prácticas con este repertorio: seriedad, autenticidad y sentido musical y para con el texto, por delante de cualquier exhibición vacía. Ello no resta que permanezca abierta una clara senda para que Krimmel interiorice cada vez más el repertorio, evolucionando con su voz y su inteligencia, para instilar destellos de poesía y alcanzar la completa madurez. 

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