Tras cancelar su recital el año pasado por motivos de salud, la mezzosoprano estadounidense Vivica Genaux volvía a los escenarios del Teatro de la Zarzuela para ofrecer un recital de repertorio peculiar, algo alejado de los cauces a la que ella misma nos tiene acostumbrados, marcado por mundos contrastantes, heroicos y trágicos por un lado, amables y amanerados por otro, sin faltar las tintas irónicas del último Rossini, con textos en español. La acompañaba el pianista cubano Marcos Madrigal, quien debutaba justamente en esta trigésima edición del Ciclo de Lied.
El primer bloque del recital estaba dedicado a Arianna a Naxos de Haydn, una cantata en la que a los afectos iniciales por Teseo se sucedían los sentimientos iracundos y despechados tras el abandono que sufre Ariadna. En tal sentido, Genaux supo plasmar muy bien el personaje, devolviendo eficazmente su intensidad dramática. Sin embargo, desde el punto de vista vocal, vimos ya desde los primeros pasajes, los elementos que adolecieron al recital en su conjunto. Si bien la escritura está orientada hacia un registro bajo, lo cual dio cuerpo y rotundidad a la voz, ésta sonó oscurecida, con dificultad para encontrar el punto de equilibrio entre la aspereza y la limpidez. También pudimos constatar un uso excesivo del vibrato, para lo que se espera de una obra clásica. Por su parte, Madrigal acompañó con gesto claro, estructurando con precisión el material para permitir cierta libertad a Genaux y con los justos acentos en sus momentos en solitario. Además tuvo un pequeño bloque solista, con unas transcripciones de Liszt a partir de lieder de Schumann, en las que el pianista estuvo empero más bien desacertado en cuanto a elección de los tempi, acelerados, dinámicas, demasiado rotundas, y sin la fluidez necesaria entre las voces.
Tras la vuelta de la mezzosoprano, se ofreció el ciclo de Frauenliebe, op. 60 de Carl Loewe, compuesto en 1836. Son escenas íntimas, domésticas, con un toque melancólico e insertadas en una estructura social hoy en día superada; desde un punto de vista musical, se presentan agradables, con recursos melódicos que, sin llegar a las cotas de Schubert o Schumann, muestras una evidente solidez de medios. Exigiendo menos en términos tanto de potencia como de agilidad, Genaux plasmó estas canciones con indudable buen gusto y expresividad y también más nitidez en la línea vocal.
Tras el descanso, aguardaba una parte dedicada a Rossini, incluyendo alguno de los Péchés de vieillesse y la cantata Giovanna d’Arco. El de Pésaro es un autor que Genaux conoce bien y que pudo afrontar con valentía a pesar los problemas mentados anteriormente. La voz presentó ciertos problemas de emisión, que la obligaron a un fraseo limitado en cuanto a amplitud, nuevamente recurrió a un abundante uso del vibrato para cubrir la dificultad a la hora de asentar debidamente ciertas notas y algunos problemas de vocalización fueron contrarrestados por un desparpajo y un oficio que supieron devolver un resultado, que si bien estuvo lejos de ser superlativo y memorable, fue al menos agradable, divertido y cómplice.
La voz, el instrumento más propio y, al mismo tiempo, el más difícil de controlar, puede jugar malas pasadas o simplemente sufre con mayor evidencia el paso del tiempo. La mezzosoprano estadounidense, a pesar de su dinamismo en escena y fresca empatía, es toda una veterana con una carrera dilatada, cuya voz empieza a tornarse hacia registros que ya no permiten ciertas pirotecnias. Eso sí, las tablas y la consciencia de los propios medios y límites hicieron que el recital que nos ofreció anoche le permitiera salir de manera digna e incluso con una cálida acogida.