Esta ópera, incardinada en los denominados por el propio Verdi como “años de galeras” debido a la ingente producción musical que le exigían los teatros de toda Europa, constituye una auténtica rareza en el repertorio habitual, y si bien no deja de ser una obra de juventud, introduce aspectos sumamente innovadores en la carrera de su insigne autor. Si a ello se le añaden los mimbres tejidos en esta producción ofrecida por la colaboración con la Fondazione Teatro dell’Opera di Roma y el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, junto al resto de los intérpretes, el resultado no puede ser más satisfactorio.
El insólito libreto pergeñado por Temistocle Solera, vagamente inspirado en el drama de Schiller, reduce el protagonismo a tres personajes principales y dos comprimarios, estructura la obra en un prólogo y tres actos y obvia la muerte de Juana de Arco en la hoguera, situando esta en el campo de batalla contra los ingleses en el marco de la guerra de los 100 años. A estas curiosidades se le añade la introducción del acordeón en el conjunto orquestal, de singular efecto sonoro en el coro de demonios del primer acto, así como la presencia de elementos sobrenaturales en el argumento, muy infrecuentes en la producción verdiana.

Ya la impetuosa obertura anunció la seguridad en la certera dirección de Łukasz Borowicz, quien supo concertar voces y orquesta en una versión redonda, con un perfecto dominio de los volúmenes orquestales a fin de no tapar las voces sobre el escenario e imponiendo los vivaces tiempos que requiere esta ópera. Fue excelente la prestación tanto de la Sinfónica de Tenerife como del Coro Titular Ópera de Tenerife-Intermezzo, ya que ambos se encuentran en gran momento de forma.
En esta velada, la parte vocal fue servida en el rol protagónico por la canaria Yolanda Auyanet, de consolidada carrera internacional y que, junto a la belleza innegable de su voz exhibió un registro central y agudo propios a su constante presencia escénica de gran seguridad y eficiencia, especialmente en sus momentos en solitario, así como también en los conjuntados momentos con el tenor y el barítono. Pese su endiablado papel, de difícil tesitura y considerable extensión, no mostró signo alguno de fatiga en ningún momento, alcanzando el final con frescura vocal e ímpetu dramático. El papel del sufrido monarca Carlos VII de Francia, a cargo del tinerfeño Airam HernándezFondazione Teatro dell’Opera di Roma, fue encarnado con maestría. Hablamos en este caso de un artista del que ya no cabe predicarle como promesa, sino como contrastada realidad, a seguir por la excelencia vocal que exhibe, dotado de un timbre y color de tenor lírico de gran belleza y que además progresa notablemente en su prestación escénica. Si a estos atributos añadimos la perfecta adecuación de su voz al papel interpretado, solo cabe rendirse ante la excelencia de una gran estrella en ciernes. El barítono Juan Jesús Rodríguez como Giacomo, el celoso padre de la heroína, exhibió un registro auténticamente verdiano, dotando todas sus intervenciones de gran profundidad y seguridad tanto en la linea canora como en la interpretación escénica.
Los comprimarios Vazgen Gazaryan como Talbot y Gabriel Álvarez como Delil desarrollaron sus breves papeles con gran profesionalidad contribuyendo al éxito obtenido en esta primicia en la Ópera de Tenerife. Igual aplauso merecen las participaciones del ballet, de gran presencia en el desarrollo de los acontecimientos. La producción de la presente firmada por Davide Livermore es de gran belleza visual, compuesta por un escenario esférico sobre el que se desarrollan los acontecimientos, y otra esfera lumínica como fondo de escenario, donde a través de sucesivas proyecciones se expresan las emociones de los personajes. Pese al quizás algo reiterativo planteamiento en torno al origen de las revelaciones angelicales o demoníacas de la doncella de Orleans con la continua presencia de ambos elementos sobrenaturales, no cabe si no rendirnos ante la evidencia de que tal propuesta redunda en dinamizar de forma positiva un argumento un tanto inerme y que en medida alguna estorba a su atenta audición, de la que se pudo disfrutar dado el alto nivel exhibido.