Sir András Schiff envuelve sus programas en misterio, sirviendo al público un repertorio escogido y maridado sobre la marcha, sin guión precocinado y con solo unas breves introducciones. Un planteamiento que favorece transiciones naturales y dota de frescura cada interpretación. El músico húngaro-británico, intérprete de referencia en Bach, Mozart, Beethoven y Schubert, conserva intacta su capacidad para ofrecer veladas en las que el virtuosismo se pone siempre al servicio de la música y, en la primera semana de la 74.ª edición del Festival Internacional de Santander, confirmó por qué a sus 71 años sigue siendo uno de los grandes del piano.
Fiel a su ya célebre fórmula de “menú degustación”, la velada comenzó con un extraordinario aperitivo: el aria de l2as Variaciones Goldberg de Bach, despojada de ornamentos y articulada con transparencia cristalina. Uso mínimo del pedal, contrapunto nítido y repeticiones llenas de matices. No fue una sorpresa que Bach, en propias palabras del pianista, “bálsamo para el cuerpo, la mente y el espíritu”, se convirtiese en el eje vertebrador de la noche. En el Capriccio sopra la lontananza del suo fratello dilettissimo, Schiff mostró un Bach narrativo, con acentos afectivos y fraseo natural. El Concerto italiano BWV971 fue uno de los puntos álgidos: brillo diáfano, pasajes veloces de agilidad felina y episodios cantábiles de extrema delicadeza. En su movimiento lento, el pianista desplegó una capacidad hipnótica para transmutar al oyente, suspendiendo el tiempo. Finalmente, otro peso pesado del cantor de Leipzig, la Fantasía cromática y fuga BWV 903 ofreció un contraste magistral entre la libertad casi improvisatoria de la fantasía y la solidez contrapuntística de la fuga, siempre clara y tensa, sin perder vigor dramático.
Entre Bach, hubo espacio para otros tres universos clásicos: Mozart, Haydn y Beethoven. La Sonata en si bemol mayor K570 de Mozart sonó con la arquitectura limpia que exige el estilo, animada por un lirismo contenido y un fraseo natural, tan infalible como inefable. El Andante con variaciones en fa menor de Haydn fue un catálogo de estados de ánimo, cada variación con carácter propio y transiciones inevitables por su fluidez. Sin solución de continuidad con la BWV903 de Bach, Beethoven aportó la gran carga dramática de la noche con la Sonata “La tempestad”, op. 31 núm. 2. Schiff optó por una tensión controlada, evitando efectismos y manteniendo un pulso firme y coherente. Contrastes dinámicos medidos, sonoridad nunca áspera y arquitectura impecable de principio a fin; quizá, aunque pueda resultar irreverente, fue la dinámica el único punto criticable de la noche, echándose en falta una mayor amplitud de matices extremos que subrayara con más fuerza los contrastes dramáticos inherentes a la obra.
El postre llegó con tres propinas: un Chopin aterciopelado y elegante, un Mendelssohn ligero y luminoso, y un Impromptu de Schubert que detuvo el tiempo. Fue una noche para volver a casa con el corazón rebosante de asombro y gratitud. Gran acierto de un festival que, en esta nueva etapa, la primera con Cosme Marina con la responsabilidad completa sobre la programación, confirma su ambición. El “menú degustación” de Schiff abrió el apetito para un festín musical que promete ser tan variado como memorable. Más allá de la música, la renovada imagen del festival —con el logo integrado en el escenario, identidad visual cuidada y un atractivo merchandising que homenajea ediciones anteriores— reforzó la sensación de una cita que se mira al espejo y se reconoce moderna.
El alojamiento en Santander para Pablo Sánchez ha sido facilitado por el Festival Internacional de Santander.