Interesante y completo fue el concierto ofrecido por la Orquesta Sinfónica de Tenerife, en el que bajo el título La noche de Mahler se interpretaron obras de dicho compositor y de Alban Berg. Como intérpretes invitadas, debutaron dos artistas con una trayectoria internacional importante: la directora coreana Shiyeon Sung y la soprano alemana Katharina Ruckgaber. La velada se abrió con Blumine de Gustav Mahler, obra de gran belleza que tuvo una versión cuidada y bien realizada por Sung y la orquesta. La directora dio muestras de su precisa técnica de batuta y su capacidad para controlar los balances y las sonoridades orquestales. Destacaron también los momentos solistas con intepretaciones brillantes.
Por primera vez en su historia, la Sinfónica de Tenerife programaba los Sieben frühe Lieder de Alban Berg, obra escrita originalmente para voz y piano que el compositor orquestó posteriormente. Sus dificultades interpretativas son grandes, tanto para la cantante como para la orquesta; principalmente las relacionadas con la multitud de detalles y la variedad colorística requerida. Ruckgaber controló bien la voz, fue expresiva sin ser excesivamente sentimental, y mostró agudos poderosos, además de poseer una vena liederística que resultó adecuada para esta obra. A pesar de la nutrida orquestación, su voz se proyectó bien en el auditorio, y solo en algunos momentos se hubiera pedido algo más de sonido en las zonas medias y graves. La soprano estuvo a muy buen nivel y cantó con entrega desde la primera canción, “Nacht” hasta la última, “Sommertage”, siendo ambas, además, de las más dramáticas y próximas a la atonalidad, y que sonaron llenas de contrastes. De las otras canciones destacaron especialmente “Die Nachtigall” o ”Traumgekrönt”, donde se manifestaron especialmente las importantes cualidades vocales y musicales de la soprano. Sung y la orquesta hicieron un trabajo minucioso en los aspectos rítmicos y técnicos, colaborando con la cantante y reflejando bien los detalles de la intrincada orquestación. Más que luminosa y sensual, fue una visión instrumental que ahondó en los aspectos dramáticos, rítmicos y vanguardistas. En conjunto, una versión disfrutable de esta obra enigmática y fantástica.
Después de una primera parte relativamente breve, pero muy intensa, en la segunda escuchamos el plato fuerte de la velada: la extraordinaria Sinfonía núm. 4 en sol mayor, de Mahler, obra en la que la directora mostró la plenitud de sus capacidades técnicas y musicales. Al igual que con sus intervenciones anteriores, Sung cuidó los aspectos rítmicos y la calidad instrumental, pero mostró aún más las facetas melódicas y atmosféricas. En el primer movimiento (Bedächtig, nicht eilen), después de un comienzo rítmico y con gracia, pudo haber paladeado aún más algunos temas de la exposición; pero la versión de este movimiento fue in crescendo, y tanto la directora como la orquesta estuvieron muy bien en todos los aspectos, algo que se confirmó en el segundo (In gemächlicher Bewegung, ohne Hast), donde todo funcionó: la gracia, el excelente solo de violín, los aspectos melódicos del trío, etc. Pero, la perla fue un tercer movimiento (Ruhewoll, poco Adagio) estupendamente concebido y realizado, con sonoridades orquestales que envolvían la sala y momentos realmente mágicos, destacando la especial atención que Sung dedicó a las sorpresas armónicas planteadas por el compositor. Finalmente, el último y celestial cuarto movimiento (Sehr behaglich) redondeó el éxito, contando además con la excelente intervención de la soprano, que volvió a mostrar su calidad en una versión llena de detalles.
Con la Cuarta de Mahler concluyó exitosamente un programa bien planteado, con obras magníficas en interpretaciones de gran calado.