Trevor Pinnock se presentó en el Auditorio de Zaragoza con un programa que podría ser tan propicio para un concierto como para una clase magistral de dirección: tanto la obertura de La flauta mágica como la Sinfonía núm. 5 de Beethoven son excelentes ejemplos de la importancia de aquel que ocupa el podio y como tomar unas decisiones u otras acaba creando una obra de mayor o menor belleza. Se completa el programa con el precioso Concierto para violonchelo de Dvořák que nos permitió disfrutar del talento de la violonchelista austríaca Julia Hagen, aprovechando así la Mozarteumorchester Salzburg para promocionar por partida doble el talento local.

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Julia Hagen junto a la Mozarteumorchester Salzburg
© Auditorio de Zaragoza

Julia Hagen, nació y estudió en Salzburgo, escuchando la orquesta que en esta velada le acompañaba. Nos ofreció un Allegro, ágil, liviano, que aún tenía las reminiscencias clásicas de la obertura de La flauta mágica que acabábamos de escuchar. La entrada del violonchelo pudo haber sido más convincente, pues demostró más adelante que tiene el suficiente dominio del instrumento como para poder darle un sonido más potente —más violento, diría, incluso— sin perder un ápice de calidad.

El Adagio nos brindó la oportunidad de degustar unas líneas melódicas de mayor intensidad en el violonchelo. Pinnock aunque absolutamente preciso con los tempi, permitió a Hagen deleitarse algo más que en el precedente Allegro frenético, aunque donde realmente brillaron orquesta y violonchelo juntos fue en el Finale. La Mozarteumorchester arrancó el movimiento con un gran contraste de matices y Pinnock supo hacer de la orquesta una extensión de su propio cuerpo, moviendo los tempi a placer con absoluta maestría, ni un solo músico se escapaba de su férreo control. Así, Hagen tuvo un marco excelente para desplegar el cálido sonido de su “Rugeri” y hacernos disfrutar.

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Trevor Pinnock al frente de la Mozarteumorchester Salzburg
© Auditorio de Zaragoza

Vayamos ahora con Trevor Pinnock, quien sorprendió al comienzo con una obertura de La flauta mágica arriesgadamente rápida, una muestra total de virtuosismo. No tuvo problemas la orquesta—ni siquiera los fagotes— con un tempo en el que se desenvolvió sorprendentemente ágil —¡incluso los fagotes!—. Si bien es cierto que no fue una versión con una articulación tan marcada como otras que podemos escuchar, se entendió perfectamente el carácter despreocupado que Pinnock quiso darle a una pieza que sí que pide una interpretación así.

Al comienzo de la Sinfonía núm. 5 de Beethoven contuvimos el aliento ante esa entrada en la que los movimientos de manos algo nebulosos del maestro podrían haberle jugado alguna mala pasada. Nada más lejos de la realidad, la orquesta traía la lección bien aprendida y no hubo una nota fuera de su sitio o un acento poco claro. Pinnock jugó perfectamente sus cartas para impartir una lección magistral no solo en cuanto dirección, sino también en cuanto al significado de la propia sinfonía. Hizo del tercer movimiento una miniatura, una cosa pequeña, casi camerística, cargada de una tensión que nos mantenía con una atención plena. Y entonces, suenan esos tres acordes de do mayor gloriosos que marcan el inicio del último movimiento, pero Pinnock no deja que la orquesta se desboque aún, tira fuerte de las riendas y retiene la tensión hasta que se libera en el orgiástico coral de las trompas, las tres veces que sonó este tema fue absolutamente perfecto, con la fuerza exacta que pide la obra. Toda la obra ha de dirigirse a estos diez segundos para los que Beethoven compuso más de media hora de música, así lo entendió también Pinnock, y así lo contó al público zaragozano. Magistral.

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