La Real Filharmonía de Galicia abordó en la penúltima entrega de su temporada vigésimoquinta un atípico programa conformado por el Concierto para piano núm. 5 en fa mayor, de Saint-Saëns y por la recuperación de una infrecuente muestra del sinfonismo germánico post-beethoveniano, la Sinfonía núm. 9 en si menor, de Ludwig Spohr. Siempre es grato acudir al Auditorio de Galicia a disfrutar del buen hacer de la orquesta compostelana, pero más aún en esta atípica temporada, que afortunadamente se ha podido llevar a buen puerto. Entre tantas restricciones, es destacable, en el lado positivo, como la adaptación a la pandemia ha llevado a potenciar más que en temporadas previas las posibilidades del streaming. Ese fue el caso del concierto que reseñamos, todavía disponible para aquellos interesados; retransmisión por cierto realizada a un buen nivel técnico.
La cancelación del director inicialmente previsto, Jonathan Webb, permitió el debut con la orquesta gallega del joven director Jaume Santonja, una de las batutas más prometedoras y activas del panorama joven español. Director asistente en la City of Birmingham Symphony Orchestra, y en la Orquesta de Euskadi, Santonja ha dado el salto a la dirección desde una prometedora carrera como percusionista (nos vienen a la memoria casos similares como el de Simon Rattle o Gustavo Gimeno). Era la primera vez que podía ver a Santonja en su faceta directorial y al momento entendí las claves de su éxito en ascenso. Es un director de gestualidad muy precisa y transparente; sin caer nunca en aspavientos o exabruptos, pero al mismo tiempo siempre atento y activo. Y más allá de la técnica, destacaría una musicalidad nata, que se reflejó en la recreación de tan complicadas partituras.
Como solista, otra joven intérprete, la armenia formada en España Sofya Melikyan, quien igualmente está construyendo una prometedora nueva carrera. En el Egipcio de Saint-Saëns, el mayor reto consiste en impedir que el carácter fuertemente programático y exótico de la partitura no convierta la interpretación en una traducción episódica, en la que la arquitectura global -y por tanto la atención- se resientan. Y ciertamente en ningún momento tuvimos esa sensación. Frente a interpretaciones más egocéntricas, hipervirtuosísticas, del Allegro animato, Melikyan ahondó con sutileza y refinamiento en los momentos más evocadores de la partitura. En los pasajes de bravura como las escalas leggierissimo o las poderosas octavas en fortissimo se mostró igualmente lúcida. Únicamente en algunos momentos puntuales se echó en falta un punto más de profundidad de sonido y claridad. El exótico Andante, un modelo de interculturalidad, folklore español incluido, fue recreado en su introducción con carácter y brillantez. Tras ella, el exquisito diálogo entre Melikyan y Santonja destiló sensualidad que fue en crescendo hasta la sublime quasi Cadenza. El enérgico Molto Allegro fue llevado a un tiempo vertiginoso, realzando sus obsesivos pasajes rítmicos y transmitiendo siempre máxima efusividad. Santonja integró con precisión a solista y orquesta en un discurso coherente que concluyó con un excitante ascenso final de la solista y la orquesta. Como propina, Melikyan ofreció al público “La maja y el ruiseñor” de Granados; exhibiendo nuevamente calidez y sensualidad.
No es habitual que aparezcan en las programaciones Novenas sinfonías más allá del gran canon de Novenas legadas por compositores como Beethoven, Schubert, Bruckner, Dvorak, Mahler, Shostakovich, etc. Un otoñal Spohr aborda el reto de la Novena en un contexto programático basado en el recurrente tema de las estaciones del año. Contemporáneo de Beethoven, su mayor longevidad hizo caer sobre su espaldas, junto a compositores como Raff o Nicolai el pesado legado sinfónico beethoveniano. Una ardua labor, que al propio Brahms causó no pocas angustias. Santonja y los músicos de la RFG pusieron todo de su parte para hacer ameno y creativo un peculiar fresco sinfónico que sorprende por su estatismo y por la grandilocuencia de un sonido orquestal que obligó a reforzar ampliamente la plantilla. Es música altamente personal, fuertemente introspectiva. Santonja y sus músicos recrearon con admirable empatía las estoicas brumas del invierno, primer movimiento de la sinfonía. El pastoral segundo movimiento fue el más interesante de los cuatro gracias a una muy lúcida interpretación, con un magnífico equilibrio entre cuerdas y maderas, protagonistas en sus continuas imitaciones de los trinos de los pájaros. Hubo el máximo fervor de los músicos y de Santonja dando vida a las intimistas secciones extremas del Largo, El verano y al efusivo y monolítico en el Allegro vivace final. A todos hay que felicitar por su notable esfuerzo reivindicando una obra atípica, testimonio de uno de los caminos menos transitados del romanticismo musical germánico.