Más allá de lo presumible sobre el papel y la experiencia de anteriores temporadas, hay que reconocer los méritos de la Franz Schubert Filharmonia y su titular, Tomás Grau, en un camino que los ha llevado a consolidarse en la sede catalana, así como en otros auditorios de la región. En ello juegan de manera decisiva dos factores: por un lado, el reclamo de algún solista de nivel internacional dentro de un rango de precios competentes; y, por otro lado, la entrega, la energía, la concentración y la sonoridad una orquesta que dista de ofrecer lecturas rutinarias.
En esta ocasión se contó con el violinista ruso-israeliano Maxim Vengerov que ha querido rodar los cinco conciertos para violín y orquestra de Mozart, más su Sinfonía concertante para este instrumento y viola K364 en las distintas sesiones que ha ofrecido por el territorio catalán. De memoria y con coherencia estilística interpretó el Concierto núm.1, K207 y el núm. 3, K216 –uno casi como preludio del otro–, con el presumible dominio técnico y fehaciente capacidad discursiva, tanto en los juegos retóricos de agilidad como en los de cantabilidad: ataques nada duros, dosis de vibrato para dotar de una voz singular y un fraseo muy bien puntuado, que daba pleno sentido a pasajes como el salto a la cuerda grave al inicio del primer movimiento o los grupetti ornamentales del Presto en el K207. O que le permitieron seducir al auditorio en el Adagio del K216 recreando una atmosfera lírica y cercana al género del nocturno, en la que se atisbó el germen emocional de arias de Le nozze di Figaro. Contribuyó a ello el acompañamiento orquestal y la cohesión en los acordes de trompas y maderas dentro de una estética galante con el peso justo, suficiente plasticidad y sin manierismos en el fraseo dialogante con el solista. Vengerov toca al nivel de los más grandes: se exhibe en pulcritud, precisión y equilibrio en las difíciles cadencias de Maria Antal dotadas de una fantasía casi kreisleriana y repletas de dobles cuerdas e inesperados pizzicati, spicati, staccati y otros recursos. Ante el entusiasmo del público, el violinista agradeció dirigiendo unas pocas palabras en catalán y bisando una pieza de Bach como remate de su clase magistral que bien merecería visitar el estudio de grabación.
La Sinfonía núm. 1 en do menor Op. 68 de Brahms afianzó el músculo sonoro de esta orquesta y el convencimiento que Tomás Grau es un buen preparador. Sin duda fue una lectura intensa que parecía acercarse a la densidad y sentido constructivo de la escuela germana del siglo pasado. En este sentido fue una recreación sorprendente en solidez, comprensión del discurso, manejo de tensiones y transiciones retrotrayéndonos a ese estándar sonoro y de maneras que, en muchos casos no es el de directores más jóvenes o más actuales. Aunque sea tópico fijarse en ello, ya desde el inicio la pulsación bien marcada por el timbal y un acerado y tenso magma de la cuerda apuntaban hacia ello tanto como los acordes verticales amplios de la orquesta. Todo, bien sustentado desde el registro grave, en un primer movimiento (en parte por ubicar las trompas a la derecha del director) que con sus contrastes internos resultó coherente con el cuarto: delicado y emotivo el tema en la trompa y repetido con gran sensibilidad por la cuerda; soberbio el crescendo y aceleración del pasaje en pizzicato, magníficos juegos de claroscuro, así como un sentido de lo dramático superior a lo demostrado en la más que convincente Quinta de Mahler de hace unas semanas. Pero como en aquella, en la coda reapareció un problema: la falta de construcción hacia el climax y, en consecuencia, el no culminar con el carácter épico, en ocasiones epifánico, que promueve la catarsis y la emoción. De ahí que el coral sonara sin expansividad ni brillantez. Se añoró ese carácter afirmativo, contundente y rematado por unos acordes conclusivos llenos de vigor. No esperamos los cañonazos a lo Giulini pero sí que el acento de ataque con que están escritos se acerque a lo marmóreo, dejando incluso que en el silencio entre ellos haya un punto de reverberación. Salvo en esto, fue una Primera de Brahms sugerente y placentera. Además Grau asimiló el segundo y el tercer movimientos en lo lírico y en la riqueza de colores, sin homogeneizarlos ni reiterarlos idiomáticamente y con el sustrato de unas excelentes maderas.