Siempre yo soy yo y vosotras. Nuestro es el sueño y el camino. Una más, una somos todas. El uso de la palabra en esta producción de María Pagés es fundamental. La palabra y el baile se conjugan para ser arma contra los estereotipos, los mitos, el miedo y la violencia. El mismo arma que utilizó Scheherazade, la primera en romper con la violencia opresora, que ahora la bailaora rescata e hila con otras tantas mujeres históricas para esbozar una reivindicación esencialmente feminista para expresar las realidades de la mujer. La de ayer y la de ahora.
Un espectáculo que es todo cuerpo, víscera y memoria. Coproducción en la que participa el Abu Dhabi Festival y el propio Gran Teatre del Liceu, quién estuvo pendiente que el proyecto no quedase en el limbo una vez se inició la pandemia. Cabe decir que el trabajo de Pagés se desarrolló en este lapso de tiempo (inicialmente iba a ser una lectura a partir de Carmen) y amplificó los horizontes hasta revelarse en este espectáculo de imágenes y diálogos intrahistóricos de la feminidad. El protagonismo femenino es el centro de la descodificación de clichés; partiendo del número once (once cuadros, once bailaoras) se inicia un recorrido a partir de Las mil y una noches como referencia principal y en el que María Pagés, junto a la dramaturgia de El Arbi El Harti, se proponen recrear un viaje que celebra la memoria cultural y como homenaje a todas las mujeres del mundo, que dura una noche pero que es una vida.
Las fases lunares son el paso del tiempo y las bases escénicas; no hay más recreación que la del cuerpo de baile y su mensaje, donde la luna es una más y avanza por la historia desde el anochecer hasta el alba. La voluntad iconoclasta de Pagés queda reflejada en los cuerpos y en la dialéctica entre tradición y contemporaneidad, donde la mutación artística no solamente separa los cuadros dedicados a varias mujeres, sino que acaba siendo un compendio de intencionalidades. Hay diversidad en el baile, fundamentalmente de raíz flamenca, pero en el que tiene cabida la danza contemporánea, y también en su cuerpo; Pagés no entiende de razas, edades y orígenes, por lo que sus bailaoras aportan un único cuerpo intergeneracional y diverso. De Sheherazade a Yo, Carmen es una revisión de los mitos, no de los personajes: es una exploración de las realidades y libertades a través de solos y coreografías corales.
Scheherazade, Atenea, Safo, Medea, Blimunda, Bernarda y Carmen son algunas de las invocaciones y los libros, los árboles o los abanicos, algunas de las referencias ligadas a ellas. Con diferentes marcos históricos, en el que cada uno de ellos está dedicado a una manera de entender y bailar, las estéticas contemporáneas y las reflexiones filosóficas se presencian también en la música y el vestuario, ideados por la propia coreógrafa. El conjunto de baile puede remitir a los velos, los hábitos o las mortajas todo a la vez con sus vestidos, con toques orientalistas. Son parte de la fuerza poética y dramática de la obra, donde los intercambios y las correlaciones están presentes en todo momento haciendo del desarrollo de la escena un fluir continuo de pasaje en pasaje.
El gesto flamenco contiene el mensaje en sí. El conjunto entero con María Pagés conforman un personaje único, a la vez que se desintegra y se rehacen en bandos, y se vuelve a romper. La expresividad y la solemnidad de la bailaora sevillana es el faro guía de todas estas identidades, con o sin acompañamiento (siempre visceral y enérgico); la fusión de estilos, su poderío en el braceo o su variabilidad en el zapateado hacen de ella una navaja suiza, en el que se recoge su objetivo último de brindar un movimiento físico y emocional para denominar a diferentes personalidades. María Pagés junto a sus integrantes recrean el baile pensado o el semejante del pensamiento bailado, defendiéndolo como un flamenco expresivo e intercultural. Todo ello acompañado de un conjunto de cinco músicos y dos cantaoras (un cante profundo que tanto desgarra como oxigena los estados de ánimo) que animan este viaje alternando soleás, tangos, tarantos o alboreas. Una música que, como parte del concepto en sí, transita por registros variados y toca varios palos del flamenco, con una importante presencia del sonido del mundo árabe, así como guiños a Bizet y a Rimski-Kórsakov y al repertorio popular reinterpretado.
Todo tuvo cabida en esta realidad cincelada por María Pagés, quien una vez más llevó por delante un flamenco que dialoga, reinventa y aporta sentido además de belleza y verdad. Un público en pie que ovacionaba al finalizar un espectáculo que terminó como empezó. Abuelas, madres, hermanas, hijas, esposas, amantes, alegres, soñadoras… Mujeres sabias, beduinas artesanas de los latidos del camino.